AGORA- Papeles de
Filosofía-(2001), 20/1:201-219 ISSN 0211-6642.
Patricia
García Menéndez
Universidad
de Oviedo
Resumen.
En este artículo se recogen los principales
cambios experimentados por la reflexión filosófica sobre la ciencia desde
mediados del siglo pasado. En concreto, se analizan dichos cambios desde lo que
se podría denominar el "giro histórico" el "giro
naturalista", el "giro social", el "giro pragmático" y
el "giro político" de la filosofía de la ciencia contemporánea.
Palabras clave: giro histórico, giro
naturalista, giro social, giro pragmático, giro político, tecnociencia, ciencia
post normal, ciencia reguladora.
1. Introducción.
Según la concepción positivista de la
ciencia, el desarrollo científico se concibe como un proceso regulado por un
rígido código de racionalidad autónomo respecto a posibles interferencias
externas a la ciencia de tipo social, político, psicológico, ideológico, etc.
de este enfoque tradicional, a la ciencia le preocupa el tema de la verdad de
las teorías, su consistencia, su justificación, y no tanto su posible utilidad
o aplicación en el contexto sociopolítico.
A partir de mediados del siglo pasado,
autores como Quine, Putnam, Hanson,Toulmin o Khun, entre otros, son los
responsables de que algunos de los postulados básicos de la concepción
positivista comiencen a tambalearse. Este proceso tuvo un momento culminante
con la publicación de La estructura de las revoluciones científicas por
Kuhn en el año 1962, donde se criticaba buena parte de las tesis de la
concepción tradicional de la ciencia, fundamentalmente por ser ahistóricas y
estar desligadas de la ciencia real.
En este trabajo, trataremos de dejar
constancia de algunos de los principales cambios experimentados en la reflexión
filosófica sobre la ciencia, lo que se enmarca dentro del objetivo más general
de tratar de mostrar la reconceptualización que en los últimos años ha
experimentado la relación de la ciencia con la tecnología y la sociedad. A este
respecto, ha sido determinante el surgimiento de un nuevo campo académico
interdisciplinar conocido como "estudios sociales de la ciencia y la
tecnología" o, simplemente, "ciencia, tecnología y sociedad"
(CTS). Su propósito es el estudio crítico e interdisciplinar de la ciencia y la
tecnología en el contexto social, entendiendo éste tanto en lo que atañe a los
condicionantes sociales del cambio científico-tecnológico, como en lo que
respecta a las consecuencias de dicho cambio en el medio social y natural
(véase, e.g., González García et al., 1996:67).
No se trata de negar el valor del desarrollo
científico-tecnológico, pues, ciertamente, ha supuesto importantes progresos para
la humanidad. Se trata más bien de valorarlo en su justa medida, sin caer en
posiciones extremas. Entendemos que esto pueda hacerse desde el marco de una
posición filosófica crítica respecto a la ciencia, en el sentido de que haya
superado los mitos de la objetividad y la neutralidad, que sin renunciar a su
dimensión normativa, y dé cuenta también de su dimensión social e histórica.
2. Superación de la
concepción tradicional: los "giros" de la filosofía de la ciencia
contemporánea.
A lo largo del siglo XX se han producido una
serie de "virajes" o "giros" que han marcado el desarrollo
de la filosofía de la ciencia en las últimas décadas, como son el giro
histórico, el giro social, el giro pragmático o el giro naturalista. Esto se
inicia con el cuestionamiento de la anacrónica concepción racionalista de la
ciencia desde una perspectiva histórica, que reconoce la importancia del
"contexto de descubrimiento", de los factores tradicionalmente
considerados externos a la ciencia; desde una perspectiva pragmática, que da
cuenta del papel activo de los sujetos en la construcción del conocimiento;
desde una perspectiva sociológica que aboga por una concepción de la actividad
científica como una forma de conocimiento con un marcado carácter social que se
guía en buena medida por los intereses de la comunidad científica y no por la
aplicación indiscriminada de un método de racionalidad universal y ahistórico;
y desde la perspectiva del naturalismo, que ha dejado de buscar las primeras
verdades, los "diques de arena", el reino de la certeza absoluta,
para centrarse en la propia actividad científica.
No vamos a profundizar demasiado en estos
"giros", lo suficiente para mostrar en qué medida permiten superar
algunas de las dicotomías que rubrican la concepción tradicional de la ciencia,
y para establecer las líneas generales de un nuevo enfoque interdisciplinar y
socialmente contextualizado en la reflexión sobre la naturaleza de la ciencia.
2. 1. Contexto de
descubrimiento / contexto de justificación.
Una de las ideas más ampliamente aceptadas
por todos los defensores de la concepción heredada, implícita o explícitamente,
es la distinción propuesta por Reichenbach (1938) sobre contexto de
descubrimiento y contexto de justificación. Ciertamente, esta distinción es una
auténtica clave de bóveda de la concepción heredada, pues está estrechamente
vinculada a otras distinciones típicas de esta tradición como la que se
establece entre los factual y lo normativo, lo lógico y lo empírico, lo
observacional y lo teórico, o entre historia interna y la historia externa de
la ciencia.
Según Reichenbach, la filosofía no debe
ocuparse de cómo se llega a producir un descubrimiento científico, que cae
dentro de la competencia de la psicología y de la historia. Lo importante no
son las fases previas ni las intermedias, sino el resultado final, que suele
expresarse en forma de artículos o libros, algunos de los cuales se convierten
en obras clásicas de la disciplina correspondiente. Reichenbach dejaba así de
lado algunos aspectos de la ciencia, como la ideología subyacente a los
científicos concretos, que no interesan en el marco de la concepción
tradicional. Un científico puede estar guiado en sus investigaciones por
hipótesis metafísicas, creencias religiosas, convicciones personales o
intereses políticos o económicos. Para el empirismo lógico, estos aspectos de
la actividad científica son irrelevantes. Lo esencial son los resultados
finales de la investigación científica. Los hechos descubiertos, las teorías
elaboradas, los métodos lógicos utilizados y la justificación empírica de las
consecuencias y predicciones que se derivan de las teorías; mientras que la
génesis de las teorías carecía totalmente de interés filosófico.
En los años 70, el giro historicista
propugnado por Kuhn y por sus seguidores supuso negar la separación entre esos
dos contextos. Los autores de inspiración historicista afirmaban que obviando
los procesos que llevan al descubrimiento de conceptos, hechos y teorías
nuevas, se está ofreciendo una imagen sesgada de la práctica científica.
En este sentido, probablemente una de las
principales aportaciones de Khun a la filosofía de la ciencia radica en su
insistencia en la importancia de los estudios históricos minuciosos como etapa
previa a la elaboración de teorías generales sobre la ciencia o sobre una
disciplina científica.
Así, frente a concepciones sistemáticamente
normativas de la ciencia, como por ejemplo el criterio popperiano de
demarcación basado en la falsabilidad, Khun propone que se hagan estudios
empíricos previos para de este modo ver cómo se ha producido el cambio
científico a lo largo de la historia. Basándose en ello afirmó que el progreso
científico no es acumulativo y que una teoría no es abandonada por refutación
empírica o por algún experimento crucial, sino únicamente cuando frente a ella
surge un nuevo paradigma (Khun, 1962:20-32).
La historia de la ciencia se convierte en un
complemento para la reflexión metodológica. En este sentido, se puede decir que
la obra de Kuhn supone un viraje importante de la metodología de la ciencia: a
partir de ella el papel de los estudios históricos adquiere gran relevancia.
Laudan puede ser considerado como un autor
que ha perfeccionado algunas de las tesis filosóficas de Khun, además de haber
suscitado nuevas cuestiones dentro de la concepción historicista. Según Laudan,
los científicos siempre investigan dentro de una "tradición de
investigación", en la que pueden integrarse varios programas y teorías.
Dicha concepción quedó expuesta en su libro
El progreso y sus problemas, publicado en 1977, en el que Laudan presentó
un nuevo modelo para explicar el desarrollo de la ciencia, que tuvo una gran
repercusión. Se opone al positivismo en la medida en que considera que no
existe una racionalidad ahistórica, y por eso la ciencia es dinámica y
diacrónica, porque los propios criterios de cientificidad cambian a través del
tiempo. En este sentido, entendemos que la principal novedad de Laudan está el
haber centrado los análisis epistemológicos en el "progreso" y no en
la razón. O si se quiere, Laudan estaría a favor de un concepto histórico de
racionalidad. Una teoría o una tradición de investigación son tanto más
científicas cuanto más contribuyen al progreso, esto es, cuantos más problemas
científicos resuelven: "el objetivo de la ciencia -sostiene Laudan- consiste
en obtener teorías con una elevada eficacia de resolución de problemas"
(1977:11).
Cuando una tradición de investigación
resuelve más problemas que otras es preferida por los científicos, pasando de
este modo a encarnar la ciencia oficial. La resolución de problemas se
convierte así en el nuevo criterio de demarcación, y lo que es más, el rasgo
distintivo de la racionalidad científica. Por tanto, la racionalidad y la
efectividad de una teoría estarían vinculadas, no a su confirmación ni a su
falsación, sino su efectividad en la resolución de problemas.
Los problemas son las preguntas que se hacen
los científicos, las teorías, por su parte, constituyen las respuestas. Por
consiguiente, en lugar de contraponer las teorías a los hechos definiendo el
progreso en función de la capacidad para explicar los hechos ya conocidos y
para predecir otros nuevos, lo que hay que oponer son las teorías y los
problemas, caracterizando a aquellas por su capacidad resolutoria, y no por su capacidad
explicativa o predictiva: "se puede considerar que una teoría T ha
resuelto un problema empírico, si T funciona (significativamente) en cualquier
esquema de inferencia cuya conclusión es un enunciado del problema"
(Laudan, 1977:54).
Como vemos, el núcleo central de la
concepción laudaniana son los problemas, lo cual implica una opción
pragmatista, pues es claro que la definición de un problema científico hay que
hacerla en relación con el momento histórico y con la práctica concreta de los
científicos.
De la tesis de Laudan se deriva una
consecuencia epistemológica sumamente importante, a saber: "la verdad y la
falsedad son irrelevantes para la resolución de problemas" (1977:54).
Recordemos que en el marco de la concepción heredada la verdad y la falsedad de
los enunciados científicos eran las cuestiones epistemológicas centrales para
una teoría de la ciencia.
2. 2.
Analítico/sintético.
Quine, en su célebre artículo de 1951,
"Dos dogmas del empirismo", lanzó un ataque directo contra la
distinción analítico-sintético. Para él, era insostenible y debía ser
abandonada pues no tenía ninguna utilidad para la ciencia. En primer lugar, hay
dos tipos de enunciados analíticos: los lógicos y los que ponen en relación
términos sinónimos. Si decimos que 'ningún hombre no casado es un hombre
casado' estamos en el primer caso. Pues bien, lo que Quine sostiene es que la
noción de sinonimia está lejos de ser clara, porque un lexicógrafo, pone en el
diccionario dos términos como sinónimos, lo único que hace es remitirse a una
sinonimia observada en el comportamiento de los hablantes. Puesto que la
relación de sinonimia tiene una base empírica, no puede decirse que las
sustituciones de términos sinónimos del lugar a verdades analíticas.
En segundo lugar, la verdad de un enunciado
sintético no se llega a dilucidar confrontándolo con la empiria, de manera que
también el concepto neopositivista de verificación es criticable. Ello se debe
a que "nuestros enunciados acerca del mundo externo se someten como un
cuerpo total al tribunal de la experiencia sensible, y no individualmente"
(1951:75). Esta es la tesis del holismo, que Quine toma de Duhem, y a partir de
ese momento fue denominada tesis Duhem-Quine. El holismo en filosofía de la
ciencia inválida al atomismo lógico, al negar la posibilidad de que un
enunciado empírico concreto sea verificado por contrastación con experiencia. Las
teorías científicas forman un todo y no son un conjunto disgregado de
proposiciones individualmente verdaderas. Según Quine, este segundo dogma del
empirismo, esto es, la concepción atomista y no holista de las teorías, viene a
coincidir en sus raíces epistemológicas se con el primero, la distinción
analítico/sintético.
En el no menos célebre artículo de 1962,
"Lo analítico los sintético", Putnam viene a dar la razón a Quine: la
distinción no es útil para la filosofía de la ciencia y debe ser abandonada.
Quine y Putnam apuntan al centro mismo de la
concepción heredada. Se trataba de la primera gran "anomalía
filosófica", por usar una expresión kuhniana, para la cual no se
encontraba componenda en el marco de la concepción heredada.
2. 3.
Teórico/observacional.
El ataque a la distinción analítico/sintético
llevó aparejado, como era de prever, un ataque paralelo a la distinción teórico/observacional.
Hanson sostiene que las observaciones que se efectúan en los laboratorios nunca
son triviales ni inmediatas: requieren unos conocimientos previos. Por ejemplo,
un neófito es incapaz de percibir lo que capta un especialista al estudiar los
resultados de un análisis o experimento. Hay que conocer la jerga
correspondiente, saber porqué cada instrumento está como está, tener idea de lo
que es significativo y lo que no es en los resultados obtenidos, etc. Para
Hanson la visión de una acción lleva una carga teórica: la observación de x
está moldeada por un conocimiento previo de x.
Así pues, lo que se ve depende tanto de las
impresiones sensibles como del conocimiento previo, las expectativas, los
prejuicios y el estado interno general del observador. De este modo, argumenta
Hanson (1958), tu observación está cargada teóricamente.
La carga teórica de las observaciones
científicas se ha convertido en un tópico de la filosofía de la ciencia
posterior a la concepción heredada, que ha tenido importantes consecuencias en
el ámbito de la comparación inter teórica, bien en contextos de dinámica de la
ciencia donde teorías dadas son sustituidas por otras incompatibles, o bien en
contextos de elección entre teorías rivales incompatibles. En el primer caso,
el argumento de la carga teórica de la observación amenaza el modelo
acumulativo en dinámica de la ciencia; en el segundo, el papel causal de la
racionalidad en la resolución de las controversias científicas.
Siguiendo la senda abierta por Khun, un gran
número de autores recientes, cuya posición más extrema es la representada por
Fayerabend (1975), consideran que el argumento constituye un importante
obstáculo para la comparación inter teórica, haciendo inevitable alguna forma
de inconmensurabilidad.
Esta idea es determinante para la metodología
científica en la medida en que ataca el principal dogma del positivismo: la
existencia de una base empírica (observacional, sensorial) común a todos los
científicos. En efecto, el racionalista se ocupa de articular un conjunto de
principios que proporcionan el criterio objetivo de los méritos relativos de
teorías rivales. Es claro que la condición de la utilidad de esta empresa es
que las teorías puedan compararse. Lo típico de la posición de los no
racionalistas como Khun o Fayerabend es la afirmación de que tal cosa es
imposible, pues las teorías son inconmensurables. El ejemplo favorito de Khun
de tal inconmensurabilidad lo representaría el encuentro entre un defensor de
la mecánica newtoniana y un defensor de la mecánica relativista (1962:158 y
ss.). Aún cuando ambos puedan expresar sus teorías utilizando las mismas
palabras, de ello no se sigue que con tales palabras quieran decir lo mismo.
Según Khun, el cambio de significado ha sido tan grande que los conceptos de
una teoría no se pueden expresar en la otra. Su conclusión es que las teorías
no admiten evaluación comparativa.
Khun compara una revolución científica con un
cambio en la visión del mundo. Ciertamente, los científicos que defienden el
viejo y el nuevo paradigma poseen concepciones diferentes de lo que es la
disciplina científica de la que se ocupan (o cuando menos de los problemas que
debe afrontar), utilizan conceptos teóricos distintos, hasta el punto de que
aunque los términos usados fuesen los mismos (por ejemplo, el término 'masa'
para un newtoniano y para un einsteniano), ha habido un cambio de significado
al insertar dicho término en uno u otro paradigma; y, por último, lo que es más
importante, las propias percepciones que se tienen del mundo son distintas:
"las diferencias entre paradigmas sucesivos son necesarias e
irreconciliables" (1962:165). Y estas diferencias, afirma Khun, pueden ser
ontológicas (luz como corpúsculos o como ondas), epistemológicas (definiciones
de la ciencia, reglas heurísticas, métodos aceptables...) y perceptuales (ante
un mismo referente no se observa lo mismo).
Las teorías de Hanson sobre la percepción de
los científicos, así como las investigaciones de la psicología de la Gestalt,
son repetidamente invocadas por Khun (e.g., 1962:cap. 10) en apoyo a su tesis
sobre la inconmensurabilidad de los paradigma sucesivos. Khun no cree en la
inmediatez de los datos sensoriales para el conocimiento científico, ni mucho
menos en su capacidad para actuar como fiel de la balanza, en tanto que base
empírica estable, entre los paradigmas rivales. En este sentido, la
inexistencia de una experiencia neutra y objetiva que decidiera imparcialmente
entre las teorías rivales lleva necesariamente a reconocer el problema de la
infradeterminacion en ciencia.
El argumento de la infradeterminación afirma
que daba cualquier teoría o hipótesis propuesta para explicar un determinado
fenómeno, siempre es posible producir un número indefinido de teorías o hipótesis
alternativas que sean empíricamente equivalentes con la primera pero que
propongan explicaciones incompatibles del fenómeno en cuestión. Esto es, como
venimos diciendo, este argumento afirmaría que la evidencia empírica es
insuficiente para determinar la solución de un problema dado (véase, e.g.,
González García, et.al., 1996:43-44).
Existe una importante brecha entre la
evidencia empírica acumulada, los datos, y la teoría desarrollada para explicar
tales datos. Dado que la evidencia empírica no es suficiente para explicar por
qué tenemos las teorías que tenemos, y el concurso de las virtudes cognitivas
es incapaz de clausurar ese hueco o laguna epistémica, se hace necesario apelar
a otro tipo de factores no epistémicos como son los factores sociales, es
decir, factores económicos, profesionales, políticos, ideológicos, etc..
Khun se percató de que esta insuficiencia de
la razón hace necesario apelar a la dimensión social de la ciencia para
explicar la producción, mantenimiento y cambio de las teorías científicas. En
este sentido, su obra supuso una auténtica revolución en filosofía de la
ciencia, naturalizándola a través de la historia y la sociología. A partir de
ahora, se produce una toma de conciencia generalizada sobre la dimensión social
y el enraizamiento histórico de la ciencia.
Obsérvese que la superación de las dicotomías
teórico/observacional, analítico/sintético, así como el reconocimiento
inconmensurabilidad de las teorías y de la infra determinación descansan sobre
la misma base; a saber, la asunción de que no existe una "roca
sólida", una filosofía primera, unos primeros principios absolutos e
inmutables, verdaderos en todo tiempo lugar. Y este sentido, ha sido
fundamental el giro naturalista experimentado por la filosofía de la
ciencia contemporánea.
Precisamente, en las líneas anteriores se ve
la influencia de la epistemología naturalizada de Quine (véase, e.g., Quine,
1969; Pérez Fustegueras, 1988), quien, en consonancia con lo dicho, ha
recurrido con gran frecuencia a la metáfora de Otto Neurath según el cual los
científicos y los filósofos son como navegantes que tienen que transformar su
nave en pleno mar, sin poder desmantelarla en un dique de arena para
reconstruirla con mejores materiales (véase, e.g., Ayer, 1959:206). Esta
ausencia de tierra firme, de diques de arena muestra cuán ilusorio sería pensar
que existe un marco de referencia absoluto del cual juzgar nuestro conocimiento
de las cosas.
En términos generales, se puede entender por
naturalización de los estudios de la ciencia el estudio empírico del
conocimiento humano y sus productos; esto es, la cientifización del estudio de
la ciencia (véase, e.g., Callebaut, 1991; Ambrogi, 1999). Ronald Giere, uno de
los principales promotores de esta tendencia, sostiene que el estudio de la ciencia
como una empresa cultural es él mismo una ciencia, aunque una ciencia humana
(1988:1). Por tanto, podría pensarse inicialmente que la epistemología
naturalizada es una reedición de la filosofía naturalizada preconizada por
Reichenbach y por Carnap. Sin embargo, sus presupuestos epistemológicos son
bien distintos. Como señala el propio Giere, quien, tras afirmar que "la
única filosofía de la ciencia viable es una filosofía de la ciencia
naturalizada" (1985:355), distingue claramente el proyecto naturalizador
de la epistemología clásica: "no hay un reino autónomo de principios
epistemológicos (...) los principios de racionalidad son sólo instrumentales, o
condicionales" (1989:377).
Por tanto, la filosofía naturalizada se opone
a la epistemología tradicional, que solía defender la existencia de métodos
lógico-científicos universales, cuya utilización rigurosa servía en muchos
casos para distinguir la ciencia de otras actividades humanas. No se trata de
hacer una filosofía científica al estilo neopositivista, sino de asumir el
carácter evolutivo del conocimiento científico, incluyendo sus métodos y sus
principios epistemológicos (Echeverría, 1999:205).
Las propuestas de Quine a favor de una
epistemología naturalizada surgieron cuando la concepción heredada entró en
crisis. Uno de los aspectos definitorios del programa neopositivista era el
fundamentalista: se trataba de hallar un fundamento seguro para las teorías
científicas. Con este fin, se intentó reducirlas a cálculos lógicos y sistemas
formales, siguiendo el ejemplo de la matemática hilbertiana. Junto a esto, la
tesis acumulativa del conocimiento científico, así como al programa
demarcacionista llevaban a postular criterios de racionalidad universales y
permanentes. Pues bien, la filosofía naturalizada de la ciencia surge de la
oposición directa a este tipo de planteamientos: niega que haya criterios
absolutos, intemporales, ahistóricos y omniaplicables de cientificidad. No
existen fundamentos últimos de criterios absolutos respecto al conocimiento científico.
También niega que pueda buscarse una fundamentación externa a la ciencia, por
ejemplo, en la lógica: "si reconocemos que las ciencias y sus métodos
ofrecen el mejor conocimiento que tenemos acerca del mundo, entonces lo que
tenemos que preguntarnos no es cuáles son las condiciones a priori que
han permitido esto, sino dar una explicación a posteriori de cómo esto
ha sido posible y por qué las ciencias y sus métodos se han desarrollado de la
manera en que lo han hecho" (Martínez, S. y Olivé, L. 1997:13).
Ello equivale a decir que la filosofía de la
ciencia es una reflexión a posteriori sobre la ciencia, y que debe tener
en cuenta el carácter histórico de esta, lo que ya había sido asumido por la
filosofía postkuhniana de la ciencia y, en particular, por los impulsores del
giro historicista. En este sentido, podemos decir que muchas de las
afirmaciones de la filosofía naturalizada de la ciencia constituyen un lugar
común en la filosofía de la ciencia a partir de los años 70.
2. 4. Hechos/valores.
La filosofía de la ciencia postkuhniana
también se caracteriza por haber criticado la dicotomía hecho/valor tan
apreciada por los positivistas lógicos, pues venía a reflejar el ideal de
ciencia objetiva y neutral, centrada exclusivamente en los hechos y ajena, por
tanto, a cuestiones valorativas. La tendencia, en los últimos años, ha sido el
aumento del interés en la práctica científica en la praxis de los científicos y
los tecnólogos. En este contexto, la ciencia es también una actividad, una
acción transformadora del mundo; y no sólo descriptiva, explicativa, predictiva
o comprensiva, como los filósofos empiristas del conocimiento pensaron (véase,
e.g., Echeverría, 1999; 2001).
Como decimos, uno de los presupuestos o
dogmas del empirismo lógico fue la separación estricta entre los hechos y los
valores, entre las cuestiones factuales de las cuestiones valorativas,
defendiendo la tesis de la neutralidad axiológica de la ciencia (Proctor,
1991). Tras la crisis de la concepción heredada, el giro sociológico
experimentado por la ciencia nos ha permitido ver otra dimensión de la
actividad científica como algo que se produce colectivamente, en un contexto
social y con trasfondo valorativo (Bloor, 1976). De la mano de autores como D.
Bloor, B. Barnes o H. Collins, el giro sociológico que inicia una tendencia
totalmente opuesta de la ciencia tradicional, de corte racionalista y centrada
exclusivamente en factores internos, en el contexto de justificación, haciendo
caso omiso a los factores externos, esto es, a intereses, expectativas
profesionales, cuestiones ideológicas, económicas, valorativas, etc.
Tal y como apunta Javier Echeverría (e.g.,
1995, 1999,2001), refiriéndose no sólo a la ciencia, sino, en términos más
generales, a la tecnociencia, estamos ante un sistema de acciones que
transforma el mundo, no basta con estudiar los diversos conocimientos previos
que permiten esas acciones, sino que también hay que atender a los valores que
las rigen, así como al medio en que se producen. En general, las acciones
humanas no sólo se definen por las intenciones de sus agentes, sino también por
los valores que justifican dichas intenciones y/o fines, así como por su
adecuación al medio en el que se desarrollan. Desde esta perspectiva, parece
que en la medida en que queramos desarrollar una filosofía de la actividad
científica, es imprescindible analizar los valores subyacentes a las acciones
de los científicos e implícitos en el medio (Echeverría, 1999:323-324).
Antes de decidir sobre una u otra hipótesis y
sobre las razones para optar por alguna de ellas, los científicos y los
técnicos han llevado a cabo múltiples valoraciones, juicios y presuposiciónes
que, en muchos casos, vienen a suplir las limitaciones del conocimiento (véase,
e.g., Sharader-Frechette, 1993; Funtowicz y Ravetz, 1990b). En este sentido,
aunque resulte paradójico, el rechazo de la distinción hecho/valor está
estrechamente ligado a una apreciación más precisa de los métodos de la
ciencia. En efecto, la escasez de conocimientos precisos, la infradeterminación
empírica, las controversias entre los propios expertos, la ausencia de
criterios unívocos, etc., constituyen situaciones comunes para la comunidad
científica. En estas circunstancias, se pone de manifiesto la inconclusividad
de los factores epistémicos tradicionales y la necesidad de recurrir a factores
no epistémicos (i.e., ideológicos, valorativos, sociales, políticos, etc.) para
rellenar el hueco entre evidencia implica y explicación.
2. 5. Sujeto/objeto.
Dos de las categorías centrales de la
historia de la filosofía han sido las de "sujeto" y
"objeto". Sin embargo, en virtud del giro pragmático
experimentado por la filosofía contemporánea estas dos categorías habían sido
delegadas a un segundo plano, concediéndoseles un estatus derivado y cediendo
su lugar privilegiado a la categoría de "acción" (Faerna: 1996:14).
Así, frente al intento del racionalista de
reestructurar las ciencias o el conocimiento general teniendo presente algún
conjunto de reglas, principios generales o cánones de racionalidad, los
pragmatistas habían dado el primer paso para mostrar lo que Fayerabend atribuye
al naturalismo, a saber: que para comprender a la razón "hay que verla en
acción" (cit. en Del Castillo, 1995:186).
El lema del pragmatismo podría ser el
siguiente: buscar una síntesis conceptual entre la interpretación del ser
humano como ser que piensa, que juzga y que comprende, y su interpretación como
ser que actúa, que proyecta, que toma decisiones y que valora. El giro
pragmatista parte, pues, de una concepción del hombre como ser activo,
práctico, que no se limita a una contemplación pasiva del mundo, sino que
encara al mundo activamente, manipulándolo ir recreándolo conforme a sus
necesidades.
Según Ángel Manuel de Faerna (1996), en
ocasiones se ha mal interpretado este movimiento. En efecto, a juicio de este
estudioso del pragmatismo, su núcleo no consiste en subordinar el pensamiento a
la acción, sino en entender el pensamiento mismo, y en particular su expresión
en constructos y teorías que pretenden desentrañar el funcionamiento de la
realidad, como una actividad, como una forma de acción cuyas herramientas
propias son conceptos, palabras, ideas...; en definitiva, signos (Faerna:
1996:17).
Siguiendo la interpretación de Faerna, lo que
el pragmatismo intentó no fue sino alcanzar un difícil compromiso entre dos
ideas a las que le era igualmente difícil renunciar. Por un lado, la de que la
razón es la herramienta más poderosa de que dispone el ser humano para guiar su
conducta y formarse mediante ella una idea correcta del tipo de realidad en que
está instalado. Por otro lado, que no hay para el conocimiento más escenario
que el de la experiencia real y concreta, que es algo esencialmente temporal,
irregular, dinámico e inestable. En estas condiciones, el reto consistía en dar
algún significado a la pretensión de que tenemos, o podemos tener, una idea
correcta de la realidad, cuando la filosofía siempre ha entendido que para ello
es preciso que esa realidad sea inmutable y universal, que se halla por encima
o por debajo de la experiencia misma. En definitiva, se trataba de encontrar un
espacio entre las concepciones racionalistas y abstractas del conocimiento y el
más puro relativismo escéptico, un espacio en el que se pudiera justificar
racionalmente la actividad de elaborar teorías sobre el mundo, donde pudieran
descubrirse criterios universalizables para la decisión entre visiones del
mundo alternativas, pero todo ello sin apelar a instancias trascendentes que volvieran
a situar al conocimiento en un plano aparte del resto de la actividad humana,
esa que se desarrolla en el escenario inmediato de la experiencia. De aquí la
necesidad de dotar de un nuevo contenido al concepto de verdad, o más bien de
describir su auténtica función en el contexto al mismo tiempo teórico y
práctico que los pragmatistas le atribuían (Faerna, 1996:32-33).
En este punto, se ha considerado clave la
influencia del darwinismo en los pragmatistas norteamericanos (véase, e.g. Del
Castillo: 1995:194-201): una creencia, ya sea metafísica o científica, teórica
o práctica, abstracta o concreta, puede verse como un cierto tipo de hábito -una
disposición al relacionar interpretativamente aspectos de la experiencia- encaminado
a producir el éxito de una eventual acción, quedando así supeditada en su
supervivencia a la eficacia que demuestren respecto de esa función. Así, una
creencia verdadera podría entonces interpretarse como la que sobrevive
selectivamente, en pugna con otras, como aquel instrumento del que el organismo
inteligente se sirve en su necesidad de actuar y, por tanto, como la que
recompensa a su portador -a quien actúa conforme a ella- con alguna forma de
satisfacción en su experiencia.
Otro punto de referencia importante para los
pragmatistas lo encontramos en la tradición empirista anglosajona, en tanto que
adopta el principio irrevocable de que no hay más fuente y fundamento para el
conocimiento que la experiencia. De todas formas, el suyo es un empirismo
peculiar, reformulado sobre bases diferentes. En primer lugar, por lo que se
refiere a la ciencia como fuente de inspiración filosófica, los pragmatistas se
fijaron menos en la física matemática, como fue norma para el empirismo lógico,
que en las ciencias consideradas "blandas" como la psicología y la
biología. En este sentido, cabe decir que Darwin representó para el pragmatismo
lo que Planck o Einstein para el Círculo de Viena. En segundo lugar, está la
preocupación ética y política; esto es, la dimensión social del pensamiento pragmatista
que no es un mero apéndice de un plan teórico más ambicioso, sino de uno de sus
principales motores.
Con estos referentes, los pragmatistas
abordan el análisis del conocimiento considerándolo como una parte de la
actividad total del organismo cuyo propósito consiste, grosso modo, en
anticipar las reacciones del medio ante su propia conducta para evaluar las
alternativas conforme a fines preestablecidos y determinar el curso de acción
que se adecua más a sus fines e intereses.
Este es el contexto en el que James ha
desarrollado su concepción instrumental de la verdad y del conocimiento. Para
James la verdad descansa en los conceptos de verificación y satisfacción: una
creencia es verdadera si se verifica, y se verifica o se hace verdadera cuando
satisface la demanda de conexión e integración en la experiencia del individuo.
En ello radica la "rentabilidad" de la verdad, la cual a su vez
explica el valor que concedemos al conocimiento y pone de manifiesto su
naturaleza instrumental y práctica (véase, e.g., Pérez de Tudela, J.
1988:132-141).
Este compromiso con un análisis instrumental
de la verdad constituye la piedra angular en la concepción pragmatista del
conocimiento (Villacañas, 1997). El pragmatismo afirma abiertamente que el
conocimiento será cuestión de "interés". Y, en este sentido, como
anteriormente se apuntaba, una consecuencia importante del enfoque pragmático
sobre la verdad y el conocimiento en general, es que los sujetos no son agentes
pasivos, sino que intervienen activamente en el conocimiento. La verdad de una
idea no es una propiedad estancada inherente a ella. La verdad acontece a una
idea. Llega a ser verdadera, se hace verdadera por los hechos. Por lo tanto, la
verdad de una idea es un proceso que está sujeto a cambio; se hace (James,
1907a).
No hay certezas absolutas ni a priori,
las creencias son ensayos de la experiencia. El hombre que se enfrenta al vivir
de cada día es el que ha acuñado los términos de "verdad" y
"falsedad" en su bregar cotidiano con las cosas. Es él quien
construye las verdades temporales que trata de adaptar a sus fines e intereses,
siendo consciente de que tenemos que vivir hoy con la verdad que podamos
conseguir hoy, y estar preparados para llamarla falsedad mañana. Nuestro
conocimiento sobre el mundo no es ni infalible ni absoluto. La verdad es un
conjunto de relaciones con el mundo, pero no como algo ya acabado, sino como un
conjunto de piezas que puede cambiar y recomponerse de muchas formas. Hay,
pues, lugar para la variación, la novedad y la originalidad (Rodríguez Aranda,
1997:13 y ss.).
3. La ciencia pos
normal: el giro político de la ciencia.
En el apartado anterior nos hemos referido
brevemente a algunos de los giros más importantes experimentados por la
filosofía de la ciencia desde mediados del siglo pasado. En tiempos más
recientes, el discurso filosófico sobre la ciencia ha adquirido un especial
protagonismo la reflexión sobre las aplicaciones prácticas del conocimiento
teórico, sobre los riesgos sociales y medioambientales de dichas aplicaciones y
sobre las posibilidades de que el conocimiento científico, con cierta
frecuencia insuficiente y limitado, ofrece en el ámbito de la gestión. En este
sentido, cabría hablar también de un giro político que recogería la
creciente implicación de la ciencia en la gestión práctica del conocimiento.
En esta línea, Jerome R. Ravetz (1971)
considera los cambios experimentados por la ciencia, sobre todo a partir de la
Segunda Guerra Mundial. Si hasta ese momento a la ciencia tradicional, a la
ciencia académica, tal como él la denomina, le habría preocupado básicamente la
"búsqueda de la verdad" siguiendo las directrices marcadas por el
"método científico"; esto es algo que comienza a variar sobre todo
tras la Segunda Guerra Mundial debido fundamentalmente al proceso de
industrialización de la ciencia y a la creación de proyectos de investigación y
desarrollo a gran escala como el Proyecto Manhattan para construir la bomba
atómica. Tal como señala Javier Echeverría (2001), esta nueva modalidad de ciencia,
que es frecuentemente denominada tecnociencia o Big Science, requiere de
grandes equipamientos y considerables recursos económicos para ser
desarrollada. Además, sus dimensiones y requisitos evidencian unas
interacciones nuevas y complejas con la política y la sociedad (véase, e.g.,
Mitcham, 1990).
3. 1. Ciencia
reguladora/ciencia académica.
La asunción del giro político de la ciencia
se ha traducido en la propuesta de ciertas etiquetas como las de
"tecnociencia", Big Science o "ciencia reguladora".
S. Jasanoff (1995) es quien propone el concepto de "ciencia
reguladora", en contraposición a la ciencia académica tradicional. Según
la definición de la autora, la ciencia reguladora es aquella que está orientada
a proporcionar conocimiento para asesorar en la formulación de políticas, de
medidas de gestión. Ahora bien, sucede que la ciencia reguladora lleva a cabo
su actividad con fuertes presiones por falta de acuerdo, la escasez de
conocimiento y las presiones temporales. En efecto, sostiene la autora (1995:282-283),
la ciencia reguladora, generalmente, se enfrenta a situaciones en las que los
hechos son inciertos, los paradigmas teóricos están poco desarrollados, los
métodos son bastante inconsistentes y muy discutidos, por lo que los resultados
están sometidos a considerables incertidumbres. Éstas características de la
ciencia reguladora ayudan a comprender por qué las controversias y el disenso
son tan frecuentes, cosa que no ocurre en la ciencia académica que, sin
implicaciones políticas, se mueve en un ambiente de consenso teórico y
práctico, impidiendo la participación del público que grupos de interés.
3. 2. Ciencia
normal/asesoramiento profesional/ciencia posnormal
En esta línea se hallan las consideraciones
de S. Funtowicz y J. Ravetz (véase, e.g., 1990a, 1990b) quienes, ampliando la
distinción anterior, distinguen entre ciencia normal, asesoramiento profesional
y ciencia pos normal.
Concretamente, con la expresión de
"ciencia pos normal" los autores quieren destacar la mayor presencia
de incertidumbre, complejidad y conflicto en la ciencia y tecnologías modernas.
En este sentido, si tradicionalmente se veía a la ciencia como una institución
que nos permitía incrementar constantemente nuestro conocimiento cierto y
nuestro control efectivo sobre el mundo, hoy en día se persigue que la ciencia
debe enfrentarse a las complejidades e incertidumbres presentes en las
decisiones tecnológicas y ambientales más urgentes a escala global (véase,
e.g., Perrow, 1984; Sharader-Frechette, 1993). Estos problemas ambientales de
carácter global poseen peculiaridades comunes que los diferencian de los
problemas científicos tradicionales. Su escala es planetaria y su impacto a
largo plazo. Además, los fenómenos son nuevos, complejos, variables y no
siempre comprendidos en su totalidad. No obstante, a pesar de estas
limitaciones, urge tomar decisiones políticas que pueden tener importantes
consecuencias sociales y medioambientales. Como dicen Funtowicz y Ravetz: en la
ciencia pos normal se invierte la tradicional oposición entre hechos "duros"
y valores "blandos", lo que tenemos ahora son decisiones duras, para
las que los imputs científicos son irremediablemente blandos (1997:52).
Las limitaciones inherentes a las estrategias
tradicionales de resolución de problemas se revelan debido a la propia
estructura de los nuevos problemas, donde las decisiones dependen de
evaluaciones acerca de posibles estados futuros del medio natural, los recursos
y la sociedad humana, que son desconocidos e imposibles de conocer. Pues bien,
bajo estas nuevas circunstancias de incertidumbre radical surge como un tipo de
estrategias de resolución de problemas. Funtowicz y Ravetz analizan los
diferentes tipos de estrategias de resolución de problemas empleados en
términos de dos atributos que muestran la interacción de los aspectos
epistémicos y axiológico: "niveles de incertidumbre" y "apuestas
de decisión", evaluados en niveles bajos y altos.
Es importante constatar que la incertidumbre
y las apuestas de decisión son atributos que se oponen a aquellos que se
pensaba que caracterizaban a la ciencia tradicional: certeza y neutralidad
valorativa. En relación a los niveles de incertidumbre, consideran tres tipos
diferentes: técnica, metodología y epistemología. Por apuestas de decisión
entienden los autores costes, beneficios y, en general, consecuencia de tipo
económico, social, medioambiental, ético, etc., para los involucrados en un
problema dado. Hay tres ámbitos, correspondientes a los tres tipos de
estrategias de resolución de problemas: ciencia aplicada, asesoramiento
profesional y ciencia pos normal.
Cuando ambos atributos son mínimos, la
investigación rutinaria para la resolución de problemas en sentido kuhniano es
adecuada, sin que se genere debate público. Es ciencia "normal" en el
sentido de estar dedicada a resolver enigmas de investigación que se supone
tienen respuestas. En estos casos, señalan Funtowicz y Ravetz (e.g., 2000: 39 y
ss), los procesos normales de evaluación de calidad por parte de la comunidad
de pares son suficientes. Cuando alguno de los atributos es de grado medio debe
recurrirse al trabajo extra: la habilidad o juicio profesional. La comunidad de
pares se extiende más allá de una comunidad de investigación particular.
Finalmente, la ciencia pos normal, cuando se hallan implicados problemas
ambientales de carácter global, las decisiones tomadas pueda afectar a la
supervivencia de ecosistemas o grupos humanos, por lo que los niveles de
incertidumbre son severos. Además, al conllevar un alto nivel de apuestas de
decisión, se trata de problemas marcadamente politizados. Es ciencia pos normal
porque los ejercicios de resolución de problemas de la ciencia normal (en el
sentido kuhniano) ya no son apropiados para la solución de los problemas
ambientales globales. La comunidad de pares relevante se ve entonces extendida
para incluir a todos los que ponen algo en juego. Hay un lugar para el trabajo
técnico de la ciencia aplicada y también para la destreza de juicio de los
consultores profesionales. Estos componentes son necesarios y a un mismo tiempo
insuficientes: "cuando la ciencia comenzó a ser usada en política, se
descubrió que los legos (e.g., los jueces, los periodistas, los científicos de
otros campos o los simples ciudadanos) podían adquirir suficiente dominio de la
metodología y transformarse en participantes activos del diálogo"
(2000:72).
Las situaciones problemáticas propias de la
ciencia pos normal son aquellas en las que los hechos son inciertos, hay
valores enfrentados y, además, han de tomarse decisiones urgentes a pesar de
que las aportaciones científicas son imprecisas. En esta etapa, el principio
orientativo tradicional de la ciencia de consecución de la verdad o, como
mínimo, de conocimiento objetivo, se transforma en el principio de calidad
(Funtowicz y Ravetz, e.g. 1997,2000). Dicho principio es crucial para la
ciencia pos normal y hace más referencia al proceso mismo que al producto. Y,
en este sentido, sostienen los autores (e.g., 2000), la calidad conlleva la
extensión de la tradicional comunidad de pares, lo que supone una
democratización del conocimiento y un enriquecimiento del proceso al incluir
mayor diversidad de actores, metodologías, perspectivas y compromisos
valorativos.
En nuestra sociedad actual hay numerosos
ejemplos de problemas que combinan fuertes apuestas de decisiones y altos
niveles de incertidumbre. Algún caso paradigmático de ciencia pos normal
podrían ser el diseño de un depósito adecuado para los residuos nucleares que
sea seguro durante los próximos 10.000 años; la redacción y aprobación de una
normativa que, a nivel mundial, limite la emisión de CO2 a la atmósfera, o que
regule los principios para el cultivo y el comercio de sustancias modificadas
genéticamente. Son algunos ejemplos en los que se puede apreciar el giro
político de la ciencia; esto es, cada vez mayor implicación de la ciencia en la
formulación de políticas públicas.
4. Conclusión.
La reflexión filosófica sobre la naturaleza
de la ciencia ha experimentado cambios importantes en las últimas décadas. Aquí
hemos tratado de esbozar las líneas principales de dichos cambios mediante lo
que hemos denominado el giro histórico, el giro naturalista, el giro social, el
giro pragmático y el giro político. Es probablemente este último el que mejor
refleja la forma en que típicamente se desarrolla buena parte de la actividad
científica en la sociedad actual. No obstante, conviene tener presente el modo
en que este giro político se ha visto favorecido por los cambios experimentados
por la filosofía de la ciencia de corte positivista. Los enfoques anteriormente
considerados de "ciencia pos normal" o "ciencia reguladora"
se ubican dentro del nuevo discurso filosófico sobre la actividad científica y
su relación con la tecnología, así como con el medio social y natural. El
disenso, el conflicto, la incertidumbre o la complejidad son situaciones
habituales, lo que choca con la conclusividad de los factores epistémicos
tradicionales. Además, frente al carácter esotérico y autónomo de la ciencia
académica, los importantes cambios cuantitativos y cualitativos experimentados
por la ciencia actual en el marco de las sociedades contemporáneas, complejas y
altamente industrializadas, le exigen salir del laboratorio para implicarse más
activamente en la toma de decisiones políticas y en los problemas y demandas
sociales.
Buena parte de la ciencia contemporánea se
encuadra característicamente en este escenario que refleja una conexión,
marcada por la necesidad y dependencia mutua, entre ciencia y política; entre
el estudio teórico y el desarrollo de medidas reguladoras para su gestión.
Además, por lo general, a partir de datos insuficientes e imprecisos, como
datos "blandos", han de tomarse decisiones políticas "duras".
En este sentido, nos parece más óptimo un enfoque que adopte como principio
regulativo la calidad del proceso, lo que, a su vez, se supedita a la
diversidad de participantes, metodologías y enfoques. Ahora bien, con esto
último se está asumiendo, no sólo el giro político, sino el giro histórico, el
giro naturalista, el giro social y el giro pragmático de la ciencia. Dicho en
otras palabras: se reconoce la importancia de contextualizar histórica y
socialmente el estudio de la ciencia, pues no hay un "dique de arena",
un método de racionalidad universal y ahistórico que, al margen de valores e
intereses sociales, dos de las claves para el conocimiento cierto y preciso del
mundo.
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