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La Emergencia del Pensamiento Estadístico


Aparecido en
http://www.uned.es/dpto-sociologia-I/Arribas/Enquete/PORTER.HTML

Por: Ted Porter

El asunto que trataré hoy es el de mi libro de 1986 (The Rise of Statistical Thinking 1820-1900). En él trataba los alcances de la estadística en una amplia gama de la ciencia, incluyendo la biología y la física, así como las ciencias sociales. Aquí hablaré principalmente sobre estadísticas sociales. Deberíamos prestar atención, de todos modos, al hecho de que el mapa de las disciplinas sociales era diferente en el siglo XIX. La novena edición de la Encyclopedia Britannica de 1887, no tiene ni siquiera una voz de "sociología". La voz "estadística" concede alguna extensión, hasta décadas recientes, a su sujeto matriz: una ciencia política, asociada a los métodos cuantitativos. En 1850 la estadística iba a convertirse, probablemente, en la principal ciencia social. Esta visión era de dominio general y cuando, por ejemplo, los físicos (James Clerk Maxell) o biólogos (Francis Galton) hablaron de sus investigaciones como estadísticas, estaban haciendo una analogía con el contenido de los métodos de las ciencias sociales.
A lo que yo llamo aquí "pensamiento estadístico" aparece antes que nada en las ciencias sociales. ¿qué es el "pensamiento estadístico"? En el nivel más elemental la estadística significa trabajar con agregados o colecciones, con fenómenos de masas, dejando aparte las consideraciones sobre los individuos. La estadística estaba unida al nuevo discurso colectivista sobre la "sociedad" que se desarrolla en los comienzos del siglo XIX como una primera versión de la "ciencia social". La estadística no presuponía, como hiciera la probabilidad matemática en el siglo XVIII, que los individuos fuesen racionales. Los estadísticos partieron de la información general de los censos y las tabulaciones. Estaban especialmente preocupados por los fenómenos desordenados y variables como el crimen y el suicidio, fenómenos que no podían explicarse muy bien a nivel individual, Así era sorprendente, y de algún modo gratificante, que el orden, ausente entre los individuos, parecía emerger al nivel de lo colectivo. ¿Quién puede decir por qué un individuo elige casarse o quitarse la vida? Sin embargo las cantidades anuales de matrimonios y suicidios eran sorprendentemente estables.
Este punto de vista era bastante innovador en las ciencias humanas. También era nuevo para la ciencia en general. El ideal de ciencia fue explicado por Isaac Newton: analizar descendiendo hasta el nivel de la simplicidad, donde se puedan hallar leyes universales y de ellas derivar después el comportamiento de sistemas más complejos. La estadística abandonó la búsqueda de la simplicidad al nivel de los individuos y encontró el orden en los colectivos. Esta fue la aproximación a la que llegó la física del gas cuando derivó las leyes de la presión y la temperatura partiendo de un modelo clásico de cinemática molecular; y de un modo diferente la biología cuando investigó la transmisión de la variación de los padres a la progenie.
El orden que emerge de los grandes números no nos sorprende actualmente. A comienzos del siglo XIX era visto como algo asombroso. Antes en el siglo XVIII, la regularidad de la proporción de nacimientos de hombres y mujeres era comprendida como una prueba de la providencia divina. A finales de los años 1820, cuando las estadísticas criminales en Francia mostraron una constancia aproximada en el número de crímenes, muchos observadores se sorprendieron. Era como si los hombres y las mujeres fueran dirigidos por un destino maléfico, como si hubiera un presupuesto para el crimen, como lo hay para los impuestos, que tenía que ser exacto sin importar los ánimos o deseos de los hombres y mujeres que cometieron los crímenes. Esta constancia del crimen fue descrita en muchas publicaciones como algo digno de asombro.
Este penoso hecho, de todos modos, pronto fue convertido en una ventaja ideológica de la que ofrezco dos versiones:
La primera es la de Adolphe Quetelet, un astrónomo belga convertido en estadístico, que estaba profundamente preocupado por la violencia revolucionaria de su época, y en particular por la acontecida en 1830. Quetelet encontró consuelo en las estadísticas porque desvelaban una estabilidad inesperada en la sociedad. También parecían mostrar que la sociedad respondía a determinadas leyes, que podía haber una ciencia de la sociedad. Esa ciencia podía incluso ser predictiva, capaz de descubrir las causas del crimen y proveer los instrumentos para combatirlo. Este punto de vista de la estadística favoreció la actividad del Estado orientada a la imposición de las condiciones sociales.
El segundo tipo de argumento lo aportó el historiador inglés Henry Thomas Buckle. Buckle fue un gran liberal al estilo inglés. Vio la regularidad estadística como la consecuencia de la ineficacia de las políticas. Las leyes de la estadística, dijo, son inexorables, y ni el individuo ni la intervención pública puede evitarlas. Tampoco se puede evitar el curso de la historia, que tiende a la propiedad privada y a la minimización del papel del Estado.
Las estadísticas de Quetelet estaban vinculadas al censo. Esto significaba contar a toda la gente y no mostrar consideración hacia nadie. Sus teorías por lo menos, formaron conjuntos sociales a partir de material homogéneo. Es necesario distinguir su perspectiva teórica de sus métodos de trabajo, para los cuales, como muchos o la mayoría de los autores que escriben sobre estadística, estaba preocupado principalmente por las condiciones de los trabajadores de la industria, trabajadores indigentes, mujeres y niños, criminales y otras personas cuyas vidas, parecía que necesitaban ser ordenadas por la acción pública.
Las estadísticas eran un buen ejemplo de una ciencia social del tipo descrito por Michel Foucault. Pero en sus concepciones más teóricas, Quetelet imaginó una mecánica social semejante a la mecánica celestial, una masa de material homogéneo siguiendo un curso a través de la historia. Esta homogeneidad la expresó en su doctrina de l´homme moyen. El modo de investigar la sociedad era el estudio de las propiedades de ese hombre tipo. Quetelet fue tan lejos como para aplicar la teoría de los errores matemáticos a la variación humana, lo que implicaba que toda desviación respecto al hombre medio no era más que un error.
Quetelet fue un gran experto en la teoría de la probabilidad. Se quejaba a menudo del abuso que de las estadísticas hacían sus contemporáneos, aunque nunca citó a los autores de tales abusos. Discutió que la ignorancia de la probabilidad era la fuente de los errores de esos autores. Es interesante, incluso, que hiciera muy poco uso de la estadística en sus propios estudios estadísticos. Encontramos muy pocas estimaciones de errores probables y absolutamente ninguna confianza en las muestras. En nuestro siglo la muestra se ha convertido en una herramienta integral para las estadísticas sociales y su casi ausencia en el siglo XIX es incomprensible.
El puzle llega a ser mayor cuando nos damos cuenta de que hay algunas instancias notables de estimación de la población basadas en muestras en el siglo XVIII. La más conocida de estas es la realizada por Pierre Simon Laplace, un famoso matemático y físico cuyo trabajo sobre la probabilidad fue canónico durante la mayor parte del siglo XIX. Laplace estimó la población francesa partiendo del total de movimientos de la población (recogido sistemáticamente) y de una estimación del promedio de nacimientos. Esta estimación se basaba en una enumeración completa a nivel local. Suponiendo que la ciudad escogida era representativa de toda la población, Laplace podía estimar los errores producidos en semejante estimación. Esta era la base para establecer el tamaño de la población francesa en los últimos años del Antiguo Régimen.
Quetelet estaba desanimado respecto a ese tipo de pruebas por las objeciones de su socio, el barón de Keberberg, quien mostró que las ciudades no eran iguales y que una localidad no puede tomarse como representativa de todo el Estado o nación. Esta objeción, señalada por Stephen Stigler en su libro sobre la historia de la estadística ahora está generalmente enfatizada. Deberíamos observar también que había razones favorables para evitar el muestreo. Además de todo estaba el censo, que aproximadamente después de 1800 o 1820 era instituido por todos los Estados que lo vieron como moderno. Un censo significaba una enumeración completa. ¿Por qué fiarse de las estimaciones cuando puedes disponer de una enumeración completa? La estadística llegó a ser una ciencia de precisión. Era también una ciencia objetiva en el sentido en que pretendía depender de los hechos en vez de las opiniones. La exclusión oficial de la "opinión" por la Sociedad Estadística de Londres en los años 1830 es el ejemplo más remarcable de su ideología. Era por supuesto poco factible. Pero la evitación de las meras estimaciones llegó a ser el valor central de las estadísticas. Todo el énfasis puesto en los números y medidas estaba unido a una campaña contra la subjetividad.
El resurgir de la muestra estadística estaba asociado con el Instituto Internacional de Estadística, sucesor de los Congresos estadísticos que Eric Brian discutirá mañana. El triunfo del modelo muestral fue alcanzado por el noruego A. N. Kiaer, en escritos presentados en los últimos años del siglo XIX. Había una seria resistencia. No deberíamos imaginar que la resistencia se debía a la mera ignorancia. Kiaer no pretendía realizar muestras al azar, sino muestras "representativas". Esto es, quería encontrar ciudades o países representativos e investigarlos en detalle para adquirir conocimientos en profundidad. Alain Desrosières asocia la emergencia de las muestras al método de la monografía de Frederic Le Play. Esto suponía un estudio minucioso de una familia, normalmente visto como opuesto a las estadísticas. Hubo algunos como Emile Cheysson que intentó combinar las monografías con el estudio estadístico. Kiarer estaba en cierto modo intentando lo mismo. Intentó evitar los defectos de sus muestras comprobando cuidadosamente los resultados locales con los censos estadísticos exhaustivos.
A principios del siglo XX algunos autores empezaron a recomendar el uso de las muestras al azar antes que las representativas. Para los estadísticos trabajar en la tradición de la teoría de las probabilidades era muy convincente, los hechos fortuitos son el prototipo de los cálculos de probabilidad. Sin ellos es complicado saber cómo estimar los errores probables. Algunos estadísticos prefirieron, de todos modos, un tipo de muestra que representara los principales sectores de la sociedad, en términos de sexo, raza, clase, riqueza, profesión, situación geográfica, etc. En muchos casos las distinciones no eran completamente precisas. George Gallup, uno de los pioneros de la opinión sobre el voto, defendió las muestras probabilísticas y tuvo un gran éxito con la predicción de la elección de Franklin Roosevelt en las presidenciales de 1936 en contraste con una encuesta mucho más grande realizada por la revista americana Literary Digest.
Importante fue el papel de Jerzy Neyman en 1934 con la definición en términos estadísticos académicos de la solución para muestras estratificadas. No mucho después las muestras probabilísticas se convertirían en el procedimiento estándar de los estudios.

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