EMPIRIA. Revista de metodología y
ciencias sociales. Número 3, 2000, PP. 151-166.
Antonio Escohotado
Departamento de Sociología I. UNED.
"La coacción sólo puede reducirse a un mínimo si cabe confiar en que de modo habitual los individuos se conformarán voluntariamente a ciertos principios. Existe cierta ventaja en no imponer activamente la obediencia a tales reglas, no sólo porque la coacción en sí misma mala, sino porque a menudo es deseable que las reglas se observen únicamente en la mayoría de los casos, y que el individuo pueda transgredirlas cuanto juzgue que vale la pena incurrir en el rechazo suscitado por ello. También es importante que la fuerza de la presión social y la fuerza del hábito que aseguran su observancia sean variables. Es esta flexibilidad de las reglas voluntarias lo que en el campo de la moral hace posible la evolución gradual y el crecimiento espontáneo, cosa que permite a la experiencia posterior conducir a modificaciones y mejoras."
F. A. Hayek.
Dada su aridez en algunas
partes, Caos y Orden ha suscitado una atención que no esperaba el público, así
como bastantes críticas benignas, e incluso alguna entusiasta. A ellas deben
añadirse dos reseñas feroces que son, por lo demás, las más extensas y dignas
de comentario, pues proponen que hablo de ciencias sin la formación necesaria,
incurriendo en errores minúsculos y mayúsculos que invalidan cualquier línea
argumental. Uno de los críticos[1]
presentó 20 folios a cada jurado del premio Espasa 1999, censurando su ligereza
por "no separar el manjar de la bazofia".
Otro resumió su criterio y
siendo que la obra "sólo añade confusión a la confusión."[2].
Puedo añadir que mi incompetencia
para pontificar sobre física o matemáticas es tan manifiesta como declarada
desde la Introducción, y que la palabra "lego" se emplea de modo
expreso en varios lugares. Parte considerable de lo que he consultado o
estudiado sobre esos temas se reseña en el índice bibliográfico, cuyo exiguo
tamaño habla por sí solo. Autodidacta no ya en este ámbito sino en casi todos,
sólo la soberbia podría presentarme como experto, y al divulgar algunos
conceptos todavía ausentes en los programas de enseñanza media (atractores
extraños, estructuras disipativas, etc.) Espero no haber extraviado en exceso
al lector común. El consejo de los expertos me ha servido para corregir el
texto en dos expresiones puntuales[3]
y ojalá pudiera reescribir en profundidad
los capítulos iniciales para borrar de allí cualquier equívoco sobre
suficiencia.
El caso es, con todo, que nunca
me propuse pontificar sobre física o matemáticas. Al contrario, describo
algunas pontificaciones del físico y el matemático, allí donde se relacionan
con una concepción del mundo en crisis. La física y la matemática clásica
aparece como un ejemplo más de ello,
flanqueadas por sus equivalentes en economía, política, sociología, derecho y
hasta producción industrial en cadena. El argumento explícito del libro es un
cambio en nuestra idea del orden -o, si se prefiere, del caos-, lo cual exigía
reunir información compleja, habitualmente muy compartimentada, relacionando
unos campos con otros sin recurrir a disuasorios tecnicismos. Es el caso de la
ingeniería financiera, por ejemplo, que al granulizar el riesgo recorre un
expediente análogo al empleado medio siglo antes por la mecánica cuántica. Y
aunque algo así atente contra la cesura académica o gremial del conocimiento no
pretende negar los generosos frutos de la división del trabajo científico, sino
percibir también la deuda de cada disciplina con hitos más generales en nuestra
representación del mundo. Somos nosotros, los docentes profesionales, y no el
público (graduado o por graduar) quienes sostenemos el riguroso divorcio entre
ciencias de la naturaleza, ciencias humanas y filosofía en sentido estricto,
instalándonos en casillas progresivamente angostas que condenan el cultivo de
un estupor recíproco, donde sabiendo cada uno de alguna, y apenas nada del
resto, acaba sabiendo casi nada de prácticamente todo.
Por eso me asombra, y no me
asombra, que los únicos críticos
llamados a demoler radicalmente dicha intención limiten su comentario a 100
páginas del libro (sobre un total de 390), y que dentro de ellas sólo atienden
a cuestiones de detalle, tratando de pillar al intruso como al niño con las
manos en alguna masa, o al alumno en trance de rendir su examen[4].
Básicamente, las páginas que median entre la Introducción y la segunda parte
exponen hasta qué punto el indeterminismo es inseparable de nuestra imagen de
la naturaleza en la física actual, y se complementan con un análisis de aquello
que, a mi juicio, constituye su fundamento teológico-político: una idea
rigurosamente pasiva o inerte del reino físico. Pero en lugar de asentir o disentir manejando ideas, en el marco de
una discusión conceptual, estos dos críticos entienden que confundo astronomía
con astrología predicción científica con cartomancia[5]. Y
a ello añaden una explicación no menos
extemporánea: siendo" Posmoderno", postuló "abandonar todo lo
anterior para empezar de nuevo", pues niego la "objetividad"[6].
Ignoro cómo extraer conclusiones remotamente
parecidas leyendo el libro, o cualquiera de mis libros previos, cuyo
denominador común es exaltar la ciencia,
y no profesar deuda alguna con respecto a lo posmoderno[7].
Pero algunos persiguen el intrusismo en su cuadrícula, mientras pontifican
sobre cuestiones más amplias. De ahí juicios peregrinos -como mi pretensión de
que "la materia deje ser objeto y se convierta en sujeto” [8],
cuanto más bien propongo que lo objetivo deje de recurrirse con subjetividad
inconsciente. Algunos no se han percatado aún de que identifican objetividad con cosa inerte,
convirtiendo así a subjetividad en
sinónimo de iniciativa. Este idealismo rudo, otrora llamado materialismo
científico, olvida que lo subjetivo no es tanto actividad genérica como una
actividad precisa (la mental o de reconocimiento, donde el Yo = Yo exige que
sea yo para otro yo. Y ante semejante sino -el de conquistar indirectamente la
propia identidad- presida la relación de todo los dioses con sus criaturas, así
como buena parte de nuestra vida personal y social, el científico nunca se
guardará demasiado para exportar -y sin darse cuenta- la dialéctica del reconocimiento
a ámbitos siderales y subatómicos , algo tanto más probable cuanto más crea que
"la naturaleza sigue al pie de la letra sus irregularidades"[9].
1.
Sujeto y objeto son quién y qué
respectivamente, si bien el quién no es sino el qué desarrollado, y a la
inversa, en un proceso donde la propia actividad de disociarse va generando
conocimiento[10]. A juicio de cierto quién -digamos un chamán-
el qué físico está mágicamente animado; a juicio de otro quién -digamos el
neopositivista Carnap- el qué físico carece por completo de animación. Junto a
esos extremos, y al cinismo conocido como intelectualidad posmoderna (“todo son
opiniones particulares"), quise mostrar que dentro de la ciencia -y no por
alguna nostalgia espiritista el con sector de la autoorganización había surgido
como complemento, y en algunos casos alternativa, a las limitaciones del
esquema determinista. A ellos se orientan los capítulos V ("la
espontaneidad del orden”) y (“azar forma y autonomía"), que sólo sugieren
invectivas casuísticas, moviendo a pensar que la obra de Prigogine, Mandelbrot
y otros investigadores de la llamada ciencia del caos les resulta a esos
críticos o bien insufrible o bien desconocida.
Por ejemplo, leemos: "Escohotado escribe una de las frases
más absolutas, gratuitas e hilarantes del libro al decir que la tríada clásica
-necesidad, fuerza, exactitud- ha pasado a ser azar, forma y dimensión"[11] .
Y bien, lo absurdo, gratuito e hilarante coincide con el subtítulo de los objetos
fractales, el libro más conocido de Mandelbrot, donde el autor opone necesidad
preestablecida a azar salvaje, dinamismo de fuerzas a dinamismo de formas,
regularidad a dimensión fractal o medida de cada irregularidad singular. Unas
páginas más allá, las invertidas se centran en otra afirmación, concretamente
que "fluctuaciones aleatorias y leyes eternas piden formas distintas de
relato", añadiéndose que eso es "un error de concepto"[12].
Sin embargo, dicho pensamiento parafrasea casi textualmente lo básico en la
última o obra de Prigogine el fin de las certidumbres- donde compara las
pretensiones de una esquemática teoría-general-de-todo (al estilo Hawking o
Weinberg) con las tareas de una ciencia no anquilosada por el infabilismo
dogmático. ¿Son Prigogine o Mandelbrot "subjetivistas posmodernos", portavoces de un
"animismo pagano"? y si lo son ¿por qué no aparecen como centro del
despropósito, que se atribuye a un simple divulgador de sus criterios?
El mismo retorcimiento del contenido se observa en otros lugares, por
no decir que sistemáticamente. Así, sostengo algo "ridículo" cuando llamo "cuantitativas
a las ecuaciones lineales y cualitativas a las no lineales"[13].
Con todo, el texto menciona expresamente a Georgescu-Roegen como origen de dicho
pensamiento. Algo más allá, el inquisidor dice que "abrumo con una
críptica sentencia al respecto[14],
resulta ser sencillamente otra aclaración del mismo sabio. Con igual tónica, es
objeto de condescendiente burla afirmar
que "el calculista linealiza las ecuaciones de antemano, ya al
plantearlas, omitiendo su versión no lineal o cualitativa" cuando una
inmediata nota a pie de página remite ese pensamiento al capítulo de una obra
concreta de otro investigador, casualmente físico teórico[15]. Una
tergiversación todavía menos explicable dice que contrapongo "las
iteraciones a las supuestamente ya superadas ecuaciones, cuando son en realidad
un caso particular de ellas"[16]. Pero
lo que el libro dice no es nada parejo, sino: "reconocidas como no
integrables, la inmensa mayoría de las ecuaciones no se plantean como un asunto
a resolver, sino que se tratan de forma interactiva a auto organizadora,
dejando que el proceso haga su camino abrir (iter significa precisamente
eso, camino), en vez de clausurarlo con alguna solución"[17].
El sesgo sube
un tono a propósito de los diagramas de Feynman, cuando afirmo que "para
calcular la probabilidad de un hecho basta dibujar pequeñas flechas abrir (una
para cada alternativa) pues el cuadrado de su longitud expresará la amplitud de
ese sub evento"[18]. El
segundo de los inquisidores dice que me "equivocó de cabo a rabo: la
longitud de las flechas no tiene nada que ver con ninguna probabilidad, del
mismo modo que el resultado de una multiplicación no depende del tamaño con que
se escriban las cifras"[19. Y
bien, los chistes pueden ser divertidos, pero mucho más divertido todavía es
que este inquisidor desconozca lo escrito por el propio Feynman, en su texto
canónico sobre electrodinámica cuántica; a saber, que "las probabilidades
se calculan como el cuadrado de la longitud de una flecha"[20].
Idéntica
ignorancia sobre Feynman destila otra invectiva, donde al parecer
demuestro" nula objetividad científica" cuando uso cierta hipótesis -la
desintegración del protón- como ejemplo del cinto protector establecido en
torno a teorías físico matemáticas, especialmente allí donde sugerirlas y
verificarlas supone gastar montañas de dinero. Recorriendo un argumento de
autoridad, el inquisidor exclama: "¿cómo es posible que el autor crea que
unos científicos destacados, premios Nobel entre ellos, puedan hacer
afirmaciones tan estúpidas y fáciles de refutar como las que él les
cuelga?"[21].
Cito a Feynman, otro premio Nobel, para despejar cuán posible es:
"Alguien construye una teoría: el protón es
inestable. Hace un cálculo ¡y descubren que ya no habría protones en el
universo! De modo que manipulan los números, poniendo más masa en la nueva
partícula, y tras muchos esfuerzos predicen que el protón se desintegrará
siguiendo una tasa inferior a aquella que se ha descartado. Cuando llega el
nuevo experimento y mide más cuidadosamente el protón, las teorías se ajustan
para esquivar la presión. El experimento más reciente mostró que el protón no
se desintegra a un ritmo cinco veces inferior al predicho por la última posibilidad
prevista en las teorías. ¿Qué creen que sucedió? El ave Fénix se alzó con la
nueva modificación de la teoría, que requiere experimentos aún más precisos
para verificarse. No sabemos si el protón se desintegra o no. Pero probar que no
se desintegra es muy difícil"[22].
Tan difícil,
en efecto, que los romanos llamaban probatio diabólica al trance de
demostrar alguna negación, cosa descartada en la práctica jurídica -y en
cualquier foro nacional de prueba- por su carácter fraudulento.
Paradójicamente, si funciona esa probatio diabólica en ámbitos donde
conjeturar y verificar pide inversiones fabulosas en personal, obras y equipo.
Lo único es que un catedrático de física teórica, y al en ejercicio, me
atribuya a mí -no Feynman-esa crítica relacionada con la inestabilidad del
protón. Para no ponerse en evidencia, le convendría no aplazar la lectura de QED,
The Strange Theory of Light and Matter.
2.
De hecho,
podría seguir con muchas invectivas de la misma índole -a propósito del
insoluble problema de los tres cuerpos de Newton[23], la
absoluta regularidad de la órbita lunar[24], la
prodigiosa exactitud de la nave Voyager II[25], mi
confusión entre “carga" y “momento”[26], la
determinación exacta de la fusión de onda en casos distintos del hidrógeno
(colmo de lo simple)[27], el
hecho de que Lorenz descubriese o no sin pestañear el carácter no lineal de sus
ecuaciones sobre el clima[28]
etc.-, si no fuese porque el lector merece ser protegido ante tamaña sarta de
detalles banales y maliciosos. Yendo al fondo, lo que encoleriza al par de
inquisidores es "una devaluación del carácter predictivo y los aspectos
cuantitativos y experimentales de la ciencia"[29]. A
eso contesto que Caos y Orden sólo permite semejante lectura sustituyendo el
sentido del texto por mala fe, ignorancia y -en último análisis- delirio
persecutorio. La sacrosanta casa del infalible profeta numérico, templo
realquilado a la teología dogmática, considera "devaluación" una
perspectiva que simplemente reevalúa lo descriptivo, cualitativo e intuitivo,
porque todo desvío de su línea es herejía, crimen de lesa majestad contra los
acólitos de la verdad exacta.
Y así
seguirán los escolares entregando la gran mayoría su tiempo a problemas-trampa
y a simplicidades muy prolijas, movidos a adorar la sublime belleza de
incógnitas despejables en décimas de segundo por una calculadora de bolsillo,
mientras sus maestros se vengan de ellos de la catequesis sufrida cuando eran
meros pupilos, y debían someterse a clerical disciplina. Una enorme proporción
de los estudiantes olvidará de la noche a la mañana el álgebra tan
trabajosamente aprendido, qué casualidad, mientras una proporción considerable -qué
casualidad también- se dedicará a enseñar lo que a fin de cuentas nunca
aprendió del todo, alimentando un círculo vicioso de incompetencias. Pero ¿Qué
son estos pequeños efectos secundarios, teniendo en cuenta que custodian la
roca inconmovible de un saber ajeno al subjetivismo, puramente objetivo?
Respeto
tanto como mis inquisidores "los aspectos cuantitativos y experimentales
de las ciencias". Pero distingo el respeto de la sumisión, y más aún de
maniobras tendentes a producir ese ánimo abyecto en algún incauto. No por otro
motivo intenté seguir la pista de algunos de sus principios y dilemas, sin
abandonar el perímetro de una humilde auto aclaración. Son los inquisidores
quienes velan la urdimbre de su cesta, omitiendo -como todavía omiten dos planes
de estudio- la grandiosa crisis de fundamentos en que se sumió a la matemática
desde 1875[30],
a medida que trataba de hacer rigurosamente las lúcidas y evidentes todas sus
operaciones y supuestos. Y de ahí que las únicas críticas feroces sugeridas por
Caos y Orden, coincidentes como gotas de agua en su lema ("no
tienen idea de lo que habla"), coinciden también en pasar por alto dicho
apartado del libro[31], como
si la catástrofe padecida por esas altivas aspiraciones sugiriese siquiera una
frase, ya sea de asentimiento una refutación.
De hecho,
les preocupa tanto convencer al lego de su saber infalible que tampoco sugieren
una sola frase las sesiones dedicadas a la ciencia "dura" como nuevo
y superlativo negocio, desde el Proyecto Manhattan al faraónico proyecto del
superconductor-súper colisionador o los formidables desembolsos de la NASA. Por
definición, la ciencia profética no sólo es siempre objetiva y consistente,
sino ajena a intereses económicos y corporativos. Una sociología de ese
conocimiento nunca será bienvenida, por la simple razón de que no se
seculariza, persiguiendo evolución allí donde sus sacerdotes instalan
revelaciones sempiternas. De ahí que el maniqueísmo se impute a quien trata de
mantener alguna lucidez crítica, no a quienes sostienen el credo de la verdad
revelada, y que los primeros sean acusados de "confundir no saberlo todo
con los saber nada"[32], de
"negar la objetividad"[33], de
escepticismo a ultranza y de "subjetivismo trasnochado".
Cítese una
frase del libro que apoye esas tesis, y tendrá sentido discutirlo. Pero si tal
cosa resulta imposible -que rebosa optimismo sobre el futuro del conocimiento
científico (y por esto a pesar del sacerdocio montado para obstruir su libre
progreso), reconózcase que el maniqueísmo está en el extremo opuesto de aquel
donde pretende ser localizado. El o todo o nada -o cree en la ciencia o
cree en la superstición-, es la disyuntiva de quienes confunden saberes con
diplomas, predicción y comprensión, medida y cosa medida, fe y experiencia,
ideología y concepto. Oyendo a Einstein decir "no creo en un Dios que tira
los dados", este punto de vista preguntará si hablaba de Brahma, Yahveh o
Alá, y ante todos estaba licenciado en teología.
3.
Al rosario
de improperios y silencios se añade -a título de crítica conceptual- que caos y
orden entra de lleno en el modelo troquelado recientemente como
"imposturas intelectuales", tras aparecer el libro de Sokal y
Bricmont[34].
Veamos el asunto más de cerca. Gracias a estos compiladores el público dispone
de una antología sobre un ensayismo que conjura ante todo el verbo de épater,
término traducible como "apabullar al ignorante". Tras una época
feraz -presidida por Sartre y Camus- la industria cultural francesa montada en
torno a pensadores propiamente dichos siguió funcionando con espíritus cada vez
más alicaídos, y exportando tanto vanguardias como ortodoxias al resto del
mundo. Progresivamente hueca, pero sostenida por la inercia de brillantes
lanzamientos editoriales, está haute culture no tenía por delante mucho
más que seguir la senda de la haute couture, léxicos abstrusos y otros
recursos adaptados a aparentar una refinada substancia en la falta de
substancia, y todo ello administrado por misantrópicos y líderes, movidos por
un escepticismo tan comprensible como abisal ante la vitalidad del
conocimiento. Deleuze, por ejemplo, empezó con un opúsculo prometedor sobre
Spinoza, se embarcó luego en aventuras como la Lógica del sentido,
breviario ejemplar de párrafos críticos y altivos desplantes, mientras Lacan -muy
útil para que la práctica del psicoanálisis no se hundiese en la miseria desde
los años sesenta- troquelaba una eficaz amalgama de ambigüedad conceptual y
arbitraria agencia iniciática, apta desde luego para vestir como teoría lo
desprovisto de ideas. La técnica del desplante arbitrario se observa en Luce Irigaray,
otra buena representante del movimiento, cuando pregunta: "es la ecuación
E = mc2 una ecuación sexuada? Tal vez, pues privilegia la velocidad
de la luz respecto de otras velocidades que son vitales para nosotras"[35].
No veo cómo insertar Caos y orden en
esta tendencia, siquiera sea por qué en vez de utilizar jerga físico matemática
(o lingüística, geografía, etc.) como
apoyatura para un discurso sobre alguna otra cosa se detiene en dicha jerga, y
trata de analizar su contenido. En otras palabras, no porque no menciona A para
hablar de B, sino intentar hablar de A con atención incorpartida, y luego de B
con la misma atención incorpartida. No están en pie de igualdad, ni aún de
remota analogía, una boutade sobre desintegración atómica y complejo de
Edipo, o sobre capitalismo y esquizofrenia con un esfuerzo por describir las
etapas que jalonan el desarrollo de la ciencia contemporánea. Dicho esfuerzo
bien puede ser defectuoso -e incluso torpe-, pero va directamente a su objetivo
y permanece en el, mientras el discurso supuestamente homólogo sigue las
maneras del colibrí libando indefinidos cálices, movido en cada caso por un
declarado aburrimiento. Lo que deslinda un tipo exposición de otro es, a fin de
cuentas, sacar o no de contexto las referencias.
Cuando los
señores Peregrin y Fernandes-Rañada reclaman un saber más profundo sobre tal o
cual cuestión, alegando que el descuido o la ignorancia provienen de
inclinaciones posmodernas, deberían profundizar algo más sobre dicha moda.
Llamativamente, lo que subyace allí es una convergencia de pesimismo e
izquierdismo, donde parte de la nostalgia revolucionaria se deja seducir por la
bandera anti racionalista. Sin embargo, que el intelectual se deslice hacia un
anti racionalismo charlatán -arrastra los fieles de la planificación
colectivista-, sólo sucede cuando el ideal totalitario a naufragado, tras
ensayar largamente una apuesta por el control a ultranza que suscitó opresión,
despilfarro de los recursos, sabotaje y generalizada miseria. En otras
palabras, el proceso se desencadena con la crisis de cualquier línea, y mucho más de la bolchevique
línea general, pasando de ahí a una
conciencia a la vez victimista y misántropa, animada por sobretonos
apocalípticos. Tampoco veo en esto el más mínimo punto de contacto con Caos
y orden, que ofrece lo contrario de profecías agoreras y milenarismo, y
exalta el progreso científico-técnico como parte muy destacada en la
consolidación de la libertad.
Casi tanta
sorpresa como ser incluido en una corriente de pensamiento que critico hace décadas
me produce constatar hasta qué punto los bisoños Sokal y Bricmont pueden pasar
por teóricos del conocimiento. Aunque su trabajo haya sido útil para demoler
colecciones de camelos, muestra excesivo apego por el simplismo experimental
baconiano, y tropieza con lo expuesto sobre la inducción por Karl Popper ya en
1934 36, y mucho antes por Hume. A juicio de Sokal, «toda inducción
es una inferencia de lo observado a lo inobservado, y ninguna inferencia de este
tipo puede justificarse utilizando exclusivamente la lógica deductiva» 37.
Con todo, lo que Hume y Popper pusieron en duda es que la inducción tenga base
lógica, y pueda por tanto considerarse como un método científico. Invocando un
robusto sentido común, Sokal alega que «esto implicaría la no existencia de
buenas razones para creer que el Sol va a salir mañana, cuando nadie considera
realmente la posibilidad de que no salga» 38. Mirándolo algo más
detenidamente, el ejemplo sirve más bien para confirmar lo opuesto,
retrotrayéndonos a la perspectiva de Hume y Popper, y finalmente a la de
Aristóteles. Aunque tengamos el hábito para pensar que el Sol seguirá apareciendo
y desapareciendo cada día, no tenemos buenas razones para pensar que seguirá
haciéndolo indefinidamente, o siquiera durante millones y millones de años. Al
contrario, tenemos muchas y mejores razones -desde luego deductivas- para
pensar que sufrirá la evolución de otras estrellas, y tras una fase de gigante
roja (que envolverá a la Tierra) quizá se convierta en una enana blanca antes
de apagarse por completo.
Por mucho
valor práctico que la inducción tenga para periodos cortos, no dejará de ser un
método pseudo-científico, y es un lapsus conceptual pretender que «todas las
predicciones científicas se basan en alguna forma de inducción» 39.
Al revés, allí donde haya una predicción científica acertada –capaz de
corroborar alguna teoría- esa predicción tendrá un origen deductivo, pues lo
que distingue a las predicciones científicas es ser deducciones, no
inducciones. Sokal y Bricmont alegan entonces que aplicar la mecánica
newtoniana permitió prever el retorno del cometa Halley o el descubrimiento de
Neptuno, si bien la teoría de Newton es un caso especial de la einsteiniana,
que puede ser útil para cierto ámbito de magnitudes, pero no es «veraz»
siquiera «aproximadamente».
4.
Contraponiendo
luminarias como Lacan y Sokal, o Baudrillard y Bricmont, el terreno se abona
para una disyuntiva cargada de inconvenientes. En un extremo se sitúan los
frívolos, que sobrenadan la ruina de viejos ideales profesando la pretensión
llamada constructivismo, cuyo núcleo es una versión muy aguada de las tesis
spenglerianas: cada cultura, cada clase e incluso cada grupo de individuos vive
inmerso en burbujas incomunicables, y finalmente lo mejor es alinearse con el
relativismo cognitivo. Así vemos al posmodemo R. Anyon decir que «la ciencia es
una forma entre otras de conocer el mundo» 40, y no precisamente
aquella forma donde lo esencial es perseguir una imparcialidad derivada de
considerar cualquier modalidad y fuente de conocimiento 41. En el
otro extremo están los serios, que cuando no usan su formación para investigar,
y hacer quizá hallazgos, encuentran –espoleados ahora por Imposturas
intelectuales- una posibilidad de perseguir el intrusismo profesional,
confundiendo a relativistas con realistas como cierto hidalgo confundió a
gigantes con molinos, aunque sin la gentileza de aquél.
Este tipo de
orientación no parece consciente de que el cambio acontecido en las últimas
décadas deriva de irrumpir complejidad en todos los ámbitos del conocimiento.
El esquema clásico partía de un mundo idealizado y por tanto reducido,
abstracto, donde los procesos remitían a fuerzas y masas fíeles a un principio
inercial. Es en ese mundo donde tenía validez la predicción, e incluso donde
compendiaba el valor último de la ciencia. Con los progresos civilizatorios, no
obstante, el esquema de fuerzas y masas inertes se concibe cada vez más como un
sutil intercambio de información entre sistemas y subsistemas, que en un
sentido resulta imprevisible por defectos de nuestro conocimiento, y en otro
por tratarse de una realidad inventiva o espontánea en alto grado. Aunque en el
futuro quizá podamos resolver la cuestión de fondo, determinando si lo que
llámanos azar es ignorancia nuestra o libertad inherente a cada naturaleza, por
ahora sólo sabemos que ni el goteo de un grifo concreto es previsible con
exactitud 42. De ahí que lo urgente sea ahora abandonar «la
superstición en cuya virtud donde se advierta la existencia de un orden debe presumirse
la presencia de un ente ordenador» 43.
Semejante
constatación no denigra a la ciencia ni recorta sus alas. Simplemente deja
atrás una arrogancia que lastra su desarrollo, y que ha justificado pretensiones
infundadas sobre los poderes del intelecto, apoyando distintos dogmas y
funestos experimentos de ingeniería social derivados de ello. En vez de
racionalismo cartesiano o irracionalismo el estado del mundo sugiere un
racionalismo autocrítico, que se ajuste a procesos evolutivos en realidades
independientes de la razón, y no resolubles con la alternativa de descubrir
allí taquigráficas leyes eternas. Cierta reseña echó de menos en este libro un
acabamiento de su objeto, que redondease algo semejante a «una teoría nueva o
total de la realidad» 44, y otra un análisis más ajustado del
anarcocapitalismo que tan vigorosamente se despliega en nuestros días 45.
Pero lo primero desborda por completo mis fuerzas, y sobre lo segundo prometo
ocuparme en el futuro, si la suerte respeta ese propósito. Lo que el presente
ensayo ofrece es tan solo una reflexión sobre aquello que tienen en común el actual
mundo y algunas de sus interpretaciones; a esos efectos ofrece formas recientemente
descubiertas de organización -estructuras disipativas, bucles iterativos,
etc.-, que prestan continente a contenidos muy diversos.
5.
Ninguna
transición contemporánea parece comparable en hondura a que la conducta de
sistemas humanos y extra-humanos se entienda como resultado de flujos de información-conocimiento.
A ello atribuyo que tras milenios de identificar el orden con un fruto de
coacción o necesidad exterior descubramos en toda suerte de horizontes
estructuras espontáneas, que devuelven su inmanencia a cada realidad. Esto es
un duro golpe para las pretensiones racionalistas tradicionales, acostumbradas
a legislar sobre una objetividad supuestamente inerte, y a imponer su personal
designio sobre el impersonal crecimiento de instituciones y costumbres. Bien
mirada, sin embargo, esa cura de humildad purifica a la inteligencia,
preparándola para convivir con el orden ampliado que ella misma contribuye a
crear cuando no confunde su tarea con una cancelación del azar. Admitiendo lo
incierto de cualquier pronóstico, se instala en el puesto que le corresponde
ante realidades cuyo contenido de información rebasa con mucho el suyo propio,
y respecto de las cuales no le incumbe tanto fijar estados admisibles como
percibir orientaciones. Supuestamente importado de la biología, el concepto de
evolución nace con los estudios publicados por W. Jones en 1787 sobre
correlaciones entre latín, griego y sánscrito (que inauguraron la idea de
lenguas «indogermánicas»), y unido estrechamente a los trabajos sobre economía
política e historia de algunos moralistas escoceses coetáneos (Stewart, Smith,
Ferguson, Gibbon). Además de repensar a Lamarck -cuya teoría se basa en una transmisión
de los rasgos adquiridos durante cada existencia individual-, Darwin estaba
leyendo precisamente a Adam Smith cuando perfiló su propia teoría de la
selección natural, basada sobre mutaciones aleatorias y supervivencia del más
fuerte, y sólo un cientismo desinformado ignora que la biología moderna «tomó
prestados sus planteamientos básicos de estudios culturales más antiguos» 46.
Pero se da la circunstancia de que el concepto de evolución es una idea mucho
mejor adaptada aún a la complejidad cultural humana que a la zoología o la
botánica, donde los cambios acontecen a una velocidad incomparablemente menor,
y donde puede ponerse en
duda una
transmisión de los caracteres adquiridos. La civilización es lamarckiana en su desarrollo,
y por eso mismo resultan inapropiadas algunas tesis del darwinismo social, no
menos que pretensiones como «leyes de evolución» y otras fantasías positivistas
sobre condicionantes inexorables. Lejos de ello, «la evolución cultural es
siempre fuente de diversidad, no de uniformidad [...] y en el análisis de
cualquier proceso presidido por alguna complejidad sólo cabe establecer 'tendencias'»
47.
6.
La piedra de
toque más sencilla para distinguir una racionalidad adaptada a lo complejo o
aferrada aún a lo simple es nuestra propia civilización, que tras descansar
sobre sociedades militares ha acabado formando sociedades decididamente comerciales.
Lo que unas organizan mediante líneas jerárquicas se ventila en las segundas
con intercambios voluntarios, mediando una alta movilidad social de los
partícipes. Estas segundas aprovechan mejor la información disponible -gracias
a lo cual alojan confortablemente a cien donde antes malvivían dos o tres-, a
pesar de no ser sistemas trazados con cartabón y regla, o de algún otro modo
«racional», sino una confluencia constante de caudales aleatorios. Como observa
Hayek 48, allí cada individuo va descubriendo y generando sin pausa
conocimientos, aunque mucho más rápidamente cuanto menos se estorbe el hallazgo
de nuevos fines y nuevos medios. Para evitar estorbos arbitrarios en esta
selección las sociedades comerciales respetan normas abstractas y muy prácticas
a la vez, que son los hábitos y maneras custodiados por el derecho, un
subsistema no nacido de la razón ni de las pulsiones y, de hecho, incómodo para
ambas: la razón le imputa desoir sistemáticamente sus recetas normativas, en
materia de justicia, por ejemplo, mientras las emociones deben plegarse a
formas comunes de conducta so pena de sufrir represalias 49. Con
todo, el derecho positivo y el consuetudinario codifican costumbres pacíficas de
autocontrol, que procesan y clasifican un conocimiento incomparablemente superior
al de cualquiera de sus individuos, y que son el motor primario para nuevos
grados de complejidad.
Ciertas
instituciones ya presentes en sociedades militares -el dinero, el mercado, la
empresa- se hacen entonces mucho más esenciales y ubicuas, promoviendo una
indeterminación que subjetiva y objetivamente se mide en libertades. Cada uno
de nosotros trabaja para incontables desconocidos, y el trabajo de incontables
desconocidos sostiene segundo a segundo nuestra existencia. Llegados a ese
estadio, las trayectorias son sustituidas por enjambres de trayectorias, los
centros por redes, los bienes por servicios, la distancia por comunicación
instantánea, los decretos por negociaciones. Y en esa cascada de infinitos
progresivamente densos e irregulares lo quebrantado es el fundamento de la
línea jerárquica, que -no sin hipocresía- asume desde los orígenes una defensa
de la seguridad. Poco podría hacer esa línea para evitar el progreso de lo no
lineal, si no fuese porque a veces la razón y las pulsiones, rara vez amigas en
lo cotidiano, se alían para instar un retomo al orden de la orden, provocando
alguna revolución sublime 50. Por otra parte, no todas las revoluciones
siguen la misma orientación, y algunas -las más incruentas y duraderas- tratan
de asegurar precisamente una pervivencia de lo comercial o complejo frente a la
simplicidad del esquema militar. Solamente aquellas comprometidas con el modelo
roussoniano del buen salvaje, las comunistas, se lanzan a planificar y
supervisar una seguridad basada en la igualdad de ingresos e ideales,
emprendiendo titánicos proyectos de ingeniería social.
Una de las
finalidades de este libro ha sido sugerir hasta qué punto el determinismo
resulta inseparable de un voluntarismo más o menos consciente, 51
cuya meta es traducir la evolución de complejidades impredecibles e irreversibles
como conducta de mecanismos aislados, que resultarían perfectamente controlables.
El vértigo de la incertidumbre trata así de combatirse con certezas absolutas,
aunque sea al precio de teorías sin teoría o intuición, y de sociedades
embutidas en el papel de obedientes masas. Pero lo que ahora sabemos no abona
ni una cosa ni la otra, ya que los sistemas no se comparan partiendo de su
fuerza genérica -medida en términos de racionalidad, justicia o destino
pautado-, sino partiendo del volumen de conocimiento que procesan, cosa
equivalente al nivel de información requerido para hacerlos funcionar. Un
programa como windows 85 no puede abrir windows 95, aunque sí a la inversa, y
es precisamente eso lo que pasan por alto las diversas modalidades del credo
determinista.
Al recorrer
alguna calle céntrica, una galería de escaparates lujosos y humildes jalona
nuestro paso, indicando vagamente la ilimitada diversidad de fines y medios que
suscitaron su aparición. Al igual que esos negocios, las propias calles y casas
evolucionan al ritmo en que ilimitados individuos aplican su esfuerzo físico y
su ingenio a descubrir nuevas fuentes de industria orientadas a su mejora
personal, cada uno sirviéndose de conocimientos radicalmente singulares,
recogidos de infinitas y aleatorias maneras, y todo eso en un solo barrio, de
una sola urbe, de un solo territorio, aunque contagiado a la vez por todos los
otros barrios, urbes y territorios. En semejante hipercomplejidad nos movemos,
y cada vez asombran más los aspirantes a mesías sociales cuando dicen saber lo
mejor para todos y cada uno, como si ello no implicara retroceder de windows 95
a Windows 85, cuando no al sistema de contar con los dedos. Por más iluminados
que se sientan, y por más apoyo que obtengan de sus fieles, no dejarán de ser
hombres falibles, seducidos por la ambición de adaptar la inmensa vida ajena al
exiguo diámetro de la suya.
Se entiende
que el caos de la libertad sobrecoja, y que una añoranza de estructuras fijas
funcione como socio del no menos antiguo maniqueismo: o blanco o negro, o bueno
o malo, o verdadero o falso. En realidad, sigue abierta para cualquiera la vía
de regresar a su aldea y tribu, o -si hubiese nacido en sociedades complejas-
de encontrar aquellas que sobreviven aún selvas o desiertos. Quizá allí
encuentre la sencillez sin fisuras de un orden cerrado, con ceremonias siempre
idénticas e idénticamente compartidas, donde se excluya la posibilidad de que
unos prosperen mucho mientras a otros les sucede lo inverso, y donde todos
están protegidos por la férula de un buen jefe. Sin embargo, el orden aldeano
es salvajemente gregario, y sobremanera odioso para casi cualquiera que haya
conocido el global; su reiteración de ritos purificadores 52 y
autoafirmativos no logra ocultar que la solidaridad tribal arranca de una
básica insolidaridad humana -la de «los nuestros» frente a «los otros»-, cuya
única cura viene a ser el prosaico comercio de bienes y servicios, gracias al cual
los extraños se transforman en socios y clientes.
El final de
una reseña a este libro se pregunta «por qué pensar que la espontaneidad será benéfica,
cuando, en rigor, los resultados podrían ser igualmente perversos» 53.
En efecto, los resultados de la espontaneidad pueden ser tan perversos como los
resultados del control, e incluso más en ciertos casos. Pero aquí vuelve a ser
necesario un deslinde. Por una parte, estudiando lo espontáneo de un fenómeno
nos acercamos más al fenómeno que reduciéndolo a cosa legislada, e incluso nos
acercamos más a poder intervenir en él. Por otra parte, el autocontrol llamado
civismo debe distinguirse del imperio arbitrario sobre la conducta de otros, y
desde esa perspectiva la espontaneidad resulta tan económica como la coacción
costosa. De hecho, sólo brota dentro de aquello que es ya complejo, cuando la
razón y el instinto de muchos se han templado aprendiendo reglas impersonales
de juego, como que los pactos libremente contraídos habrán de cumplirse, que no
será admisible pedir sin dar, que mediará el consentimiento en las
transmisiones. etc. Dichas reglas han surgido al margen de cualquier
intencionalidad explícita, a pesar de lo cual son las formas que sostienen el
edificio de la vida cívica, con todas sus limitaciones y posibilidades. La
espontaneidad será siempre una dinámica más o menos caótica, y por eso mismo
susceptible de mejoramiento tanto como de empeoramiento. Pero es otro nombre
para un orden abierto a cambios. Cuando el cambio se encomienda a algún orden restringido
o cerrado -desde la instrucción militar a supuestas «leyes de la naturaleza»- el
caos sigue allí, informando cada elemento y cada práctica, mientras el verdadero
cambio -el que afecta a nuestra perspectiva- queda siempre postergado
a un mañana remoto.
[1] D. Fernando Peregrin Gutiérrez, para quien se trata de "una
verdadera antología de la cháchara epistémica en jerga posmoderna" (P. 11)
[2] "Del caos posmoderno", de libros 40 (2000), P. 34. El
autor-A. Fernández Rañada-es catedrático de Física Teórica en la Universidad
Complutense.
[3] Atribuir a Pauli-y no a Fermi- el hallazgo del neutrino, una
imprecisión por otra parte leve, ya que fue Fermi quien llamó
"neutrino" a dicha partícula neutra y de masa nula o muy pequeña
postulada por Pauli. Ese punto, y el mencionado de la nota 26, infra, son sugestiones que agradezco los
críticos
[4] Esto no es metafórico. "Fue marcando en el margen los lugares donde
había imprecisiones, despistes o errores de bulto. Dejé de hacerlo a llegar a
las 60 marcas." Fernández-Rañada, 2000, P. 34.
[5] La tentación de mezclar dichas esferas podría atribuirse con más
fundamento a Isaac Newton, cuya obra esotérica-centrada sobre astrología,
cartomancia y otras modalidades del ocultismo-ocupa un volumen comparable al de
sus escritos científicos
[6] Fernández -Rañada, 2000, P. 33
[7] Dentro del campo en cuestión, me refiero a los libros sobre Hegel
(1972) y los presocráticos (1978), a la primera edición castellana de los Principia de Newton (1983), al manual de
Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales (1985), A. El Espíritu de la Comedia (1991) y al
tratado Realidad y Substancia (1997).
Los libros publicados en 1978 en 1991 contienen sendos epílogos críticos sobre
distintos aspectos del posmodernismo
[8] Peregrin, febrero 2000, P. 16
[9] Ibíd., P. 12
[10] Para una exposición más detallada, cfr. Escohotado, 1997, P. P.
205-209
[11] Ibíd., P. 5
[12] Ibíd., P. 12
[13] Ibíd., P. 7
[14] Ibíd., P. 8. El texto es una cita textual de Georgescu-Roegen (1997):
"el carácter no lineal es el aspecto con el que el residuo cualitativo
aparece en la forma numérica de un fenómeno relacionado con una cualidad"
[15] Capra, 1998, cap. V I.
[16] Fernandes-Rañada, P. 34
[17] P P. 117-118
[18] Vide supra, P. 59
[19] Fernandes-Rañada, 2000, P. 34
[20] Feynman, 1985, P. 78. El párrafo reza literalmente así: "en el
salvaje y maravilloso mundo de la física cuántica las probabilidades se
calculan como el cuadrado de la longitud de
una flecha: allí donde en circunstancias ordinarias hubiésemos esperado
sumar las probabilidades nos descubrimos sumando flechas; allí donde hubiésemos normalmente multiplicado las
probabilidades multiplicamos flechas (cursivas
de Feynman). El tratado emplea indistintamente la expresión arrows (flechas) y
little arrows (flechas pequeñas)
[21] Fernandes-Rañada, P. 34
[22] Feynman, 1985, P. 150. La cursiva esta Feynman
[23] el propio Newton lo reconoce en sus Principia, y tras imputarle esa "perla de gran calibre" el
propio Fernández-Rañada no reconoce también, al decir: "es cierto que el
sistema de tres o más cuerpos tiene soluciones caóticas," Ibíd., P. 34
[24] la palabra "aberración" es en astronomía un término
habitual, encargado justamente de precisar los desacuerdos entre trayectorias
previsibles con arreglo dinámica ni newtoniana y trayectorias observadas. Una
vez más se me atribuye un pensamiento que ya quisiera haber descubierto. Vide
supra, P. P. 39-40. Además del fino ejemplo ofrecido por Lakatos, figura en esas
páginas la declaración de Lighthill al inaugurar un congreso mundial sobre
mecánica aplicada: "querríamos pedir excusas colectivamente, por haber
engañado el público difundiendo ideas sobre el determinismo de los sistemas
basados en las leyes de Newton sobre el movimiento, que desde 1960 se han
revelado o erróneas"; cfr. Prigogine, 1991, P. 59. Aunque escriba en el
año 2000, el inquisidor se debe estar refiriendo al estado de conocimiento
previo en 1960
[25] según Fernández-Rañada dicha nave llegó Urano "con sólo un minuto
de diferencia respecto al cálculo previsto". Este tipo de declaración, made in NASA, no se concilia ni con las
constantes rectificaciones dictadas desde la base de lanzamiento ni con la alta
proporción de desastres que caracteriza al emporio científicos/mercantil
llamado NASA. Vide supra, de P. 64-65
[26] No hay tal confusión, sino simple deseo de no repetir tres veces
seguidas la palabra "momento". El origen del malintencionado
comentario es la nota 18 a la P. 76, que dice así: "iluminar con luz de
alta frecuencia (o bien con medios electrónicos) somete el sistema a
alteraciones en su cantidad de energía o momento, e iluminar con luz de baja
frecuencia-que produce alteraciones mínimas en el momento-no ofrece resolución
suficiente para conocer su situación. De ahí una disyuntiva permanente a nivel
subatómico entre carga y posición de las partículas". El sentido es
totalmente inequívoco, aunque esta observación me ha aconsejado sustituir
"carga" por "energía" de la sexta edición de Caos y Orden.
[27] Esto le parece falso y "especialmente grave" a
Fernández-Rañada, que se permite el malabarismo siguiente: "Una cosa es
que no exista una solución general en forma cerrada [para supuestos distintos
del hidrógeno] y otra que no sea posible calcular. Este método se permiten
hallar la función de onda de [otros] átomos y moléculas con la precisión
deseada"; Ibíd., P. 34 ¿Acaso es lo mismo "exactitud" y "la
precisión deseada"?
[28] Mi fuente para este dato es el libro de Gleick, 1987, que dice haber
entrevistado personalmente a Lorenz
[29] Fernández-Rañada, Ibíd., P. 34
[30] Cuando Dubois Reymond sacó a colación las funciones continuas no
diferenciables de Weierstrass
[31] Anexo al cap. VI: "Las trivialidades del rigor”
[32] Fernández-Rañada, P. 34
[33] Ibíd., P. 33
[34] Sokal, licenciado en física y profesor de matemáticas en la Nicaragua
sandinista, envió a cierta revista (Social
Text) un artículo hilvanando despropósitos en terminología posmoderna, que
resultó publicado con todos los honores (en abril de 1996). Movido por ello,
compiló con ayuda de Bricmont una antología de textos escritos por algunos
líderes del posmodernismo (Lacan, Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard,
Deleuze, Guattari y Virgilio), donde exhibe-a entender de modo perfectamente satisfactorio-la
mezcla de camelo, incoherencia e irracionalismo de esta corriente. Bien podría
haber incluido algunos autores más de la vieja guardia (Althusser, Barthes) y
de la nueva (Glucksman, Finkielkraut, Rosset), aunque la muestra resulta
elocuente.
[35] En Sokal y Bricmont, 1999, P. 116
36 The
Logic of Scientific Discovery, Hutchinson, Londres, 1959.
37 Sokal y Bricmont, 1999, p. 75.
38 Ibid
39 Ibid., p. 76.
40 En Sokal y Bricmont, 1999, p. 213.
41 De ahí, por ejemplo, que Anyion
considere tan válida sobre prehistoria la visión de los indios zuñi como la del
arqueólogo. Sin perjuicio de que la visión zuñi pueda ser tan aguda o más, sólo
será equiparable a la del arqueólogo cuando se interese por todas las culturas,
disponga de medios para hacer múltiples excavaciones y pueda hacer accesibles a
cualquiera los datos recopilados sobre el asunto.
42 El señor Peregrín no piensa así, desde
luego, aunque se enreda en la paradoja inercial. «Habrá que dejar bien claro
que los fenómenos caóticos son predecibles, pronosticables, dado su carácter
determinista. Sucede que en la práctica las ligeras imprecisiones en los datos
iniciales se amplifican rápidamente y pronto se pierde la predictibilidad del
fenómeno; mas no porque la naturaleza no siga al pie de la letra sus
regularidades» (p. 12). Ahora bien ¿a qué atribuimos esa rápida amplificación
de las «imprecisiones»? ¿Al fenómeno, al observador, a ambos? Podemos
distinguir entre procesos caóticos «deterministas» y flujos aleatorios
«indeterminados», pero con eso no soslayaremos el fondo del asunto, donde de
nuevo será necesario contraponer el mundo mandobediente de Newton a la
evolución de complejidades auto-organizadas.
43 Hayek, 1997, pp. 214-215.
44 A. Moya, «Disposem d'una teoría
unificada de la realitat?». Metode 25, 2000, p. 56.
45 D. Teira, «La divina espontaneidad del
caos», pp. 3-4.
46
Hayek, 1997, vol. I, p. 215.
47
Ibíd., p.217.
48 Hayek, 1960.
49 A diferencia del tabú, cuya
desobediencia provoca siempre fulminación (tormento seguido de muerte), el derecho
gradúa cuidadosamente las transgresiones, promoviéndolas en aquellos casos
donde individuos y grupos perciben la inadecuación moral del precepto.
50 «De hecho, puede ser considerada una
de las más ambiciosas creaciones del espíritu [...] Algo tan valiente y
atrevido que justificadamente ha logrado suscitar la más excelsa admiración. Si
queremos salvar a nuestro planeta de la barbarie, lejos de ignorar
desdeñosamente los argumentos socialistas será preciso refutarlos» (Mises,
1981).
51 Vide caps. II y III, en paralelo con
caps. VIII y IX.
52 El mecanismo de descontaminación por
transferencia del mal, nervio de la medicina articulada sobre el empleo de
chivos expiatorios.
53 Teira, ibid., p. 5.
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