A Parte Rei. Nº 5, Septiembre 1999
Nicholas Rescher
Disponible
en http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/rescher.html#dos
Traducción:
Paloma García Abad
Contenidos
La suerte
y lo inesperado
Cómo
funciona la suerte
La suerte
versus el destino y la fortuna
¿En qué
consiste la suerte?
La suerte
y lo extraordinario
Notas
La suerte
y lo inesperado
Vivimos
en un mundo en el que nuestras intenciones y nuestros objetivos, nuestros
"proyectos más elaborados y mejor diseñados", y, en definitiva,
nuestra vida misma están a merced del puro azar y la contingencia inescrutable.
En un mundo así, en el que somos nosotros los que disponemos, pero el destino
dispone, en el que los resultados de gran parte de nuestras acciones dependen
de "circunstancias que escapan a nuestro control", la suerte está
destinada a desempeñar un papel decisivo en el drama humano.
Es
posible que nunca lleguemos a ser conscientes de lo afortunados que somos en
realidad. En cada paso que damos el azar puede intervenir para bien o para mal.
Se sabe que nos libramos de la muerte al menos una docena de veces al día al no
inhalar un microbio mortal, o al no pisar una piedra que nos haría resbalar y
chocar contra un autobús en marcha. La suerte es, pues, un factor omnipresente
y formidable en la vida humana tal y como la conocemos, un compañero que,
queramos o no, nos acompaña desde la cuna hasta la tumba.
La suerte
entra en juego cuando las cosas que son importantes para nosotros acontecen de
forma fortuita, por pura casualidad. "Importante" quiere decir en
este contexto que nos acarrean beneficios o perjuicios. A veces, necesitamos
del transcurso del tiempo para saber con certeza si un beneficio es tal. Por
ejemplo, no se puede pronosticar el éxito o el fracaso de un matrimonio el
mismo día de la boda. De la misma forma, sólo una consideración retrospectiva
podrá juzgar el resultado de un encuentro entre un hombre y una mujer.
Generalmente, sin embargo, tendemos a evaluar lo bueno y lo malo a corto plazo,
sin preocuparnos demasiado por "cómo terminará". (Después de todo,
tal y como afirmó John Maynard Keynes "a la larga nos morimos
todos".
La suerte
gira en torno a lo impredecible. En un mundo en el que todo estuviera previsto
de acuerdo con un plan dado, no cabría la suerte. Pero nosotros vivimos en un
mundo totalmente distinto. Las cosas nos pueden ir bien o mal y ello depende de
condiciones y circunstancias que escapan totalmente a nuestro control cognitivo
o manipulador. Tuvo verdaderamente mala suerte la España de Felipe II al
dispersarse "La Armada Invencible" en el transcurso de una tormenta
en el Canal de la Mancha. Sin embargo le vino muy bien a la Reina Isabel. La
suerte, buena o mala, afecta tanto a los individuos particulares como a los
grupos (piénsese en los judíos polacos, o en los pasajeros del Titanic). No hay
forma de librarse de ella en este mundo. El traer niños a este mundo no es
hacerlos rehenes de la fortuna, pero sí entraña una apuesta. Donde quiera que
invirtamos nuestras esperanzas y objetivos e intenciones, y cualquiera que sean
nuestras expectativas, planes y aspiraciones, la fortuna entra en juego para
hacer que nuestros sueños se hagan realidad o para frustrar nuestros deseos.
Los planes más estudiados, como el del ratón de Robert Burn fracasan ("gang
aft agley",(1)) , y ocurre así por razones que escapan
totalmente a nuestro control y a nuestro entendimiento. Jugamos nuestras cartas
lo mejor que podemos, pero el resultado depende de lo que hace el resto de los
jugadores en el sistema, ya se trate de la capacidad de la gente o de las fuerzas
de la naturaleza. Vivimos la vida entre esperanzas y temores. Las cosas salen
de tal forma que pueden redundar en nuestro bienestar o en nuestro infortunio
sin que nosotros podamos preverlo o controlarlo. Y es justamente ahí donde el
factor suerte recorre un camino inexorable en el dominio de los asuntos
humanos. A menudo la vida de una persona es una cadena formada de eslabones de
suerte. Las influencias personales de la juventud que ayudan a tomar decisiones
respecto a qué carrera seguir, las contingencias que determinan el propio
puesto de trabajo, los encuentros casuales que nos conducen al matrimonio,
etc., constituyen ejemplos de lo que es la suerte.
El papel
del azar en los asuntos humanos ha sido un tema ampliamente debatido en
profundidad entre los filósofos. En la Grecia Helenística, los teóricos
debatían incansablemente sobre el papel de la "e i m a r m e n h ", el destino insondable que
implacablemente gobierna los asuntos de dioses y hombres, sin tener en cuenta
sus deseos o sus acciones. Los Padres de la Iglesia lucharon poderosamente para
combatir el canto de la sirena que constituían las ideas del azar y el destino,
potencias que invitaban a la superstición. (San Agustín detestaba la palabra
destino). El tema de la buena o la mala fortuna, junto con la cuestión de hasta
qué punto controlamos nuestro destino en este mundo, volvió a ponerse de
relieve en el Renacimiento, cuando los estudiosos volvieron a obsesionarse con
los asuntos del destino humano planteados por Cicerón y San Agustín. Y el tema,
sin lugar a dudas, tiene un amplio y largo futuro ante sí, puesto que es
indudable que, mientras continúe la vida humana, la suerte tendrá un papel destacado
en todo lo que a ella se refiera.
Los
desastres representan una bifurcación destacada en la rueda de la fortuna en
tanto que dividen a quienes les afecta en dos: los afortunados y los
desafortunados, las víctimas y los supervivientes. (Piénsese en los
aristócratas de la Revolución Francesa o los judíos europeos en la época de
Hitler, los gulags de la Unión Soviética de Stalin, los pasajeros de un avión
que se estrella o los de un barco que se hunde). Cuando nos golpea una tragedia
nos enfrentamos a una de las estampidas de la historia que nos empuja y
arrastra, lo queramos o no, en una u otra dirección, del bando de los
afortunados o de los desafortunados. Es la forma más clara que tiene el ser
humano de reconocer el papel que desempeña la fortuna, ya que nos hace apreciar
la contingencia de los triunfos humanos y de los desastres. "Voy a donde
me conducen los dictados de la fortuna" es un pensamiento humilde que nos
invita a una reflexión muy saludable para todos nosotros. La cuestión clave
(tanto para los afortunados como para los desafortunados) es ¿por qué yo?, ¿qué
he hecho yo para merecer esto? Por supuesto, la ironía es que la respuesta
apropiada y correcta a dicha pregunta es: nada. Se trata simple y llanamente de
un asunto de mera casualidad fortuita. Ocurre que, dada nuestra tendencia
natural humana a pensar que vivimos en un mundo racional, creemos que existe
siempre una última razón por la que las cosas ocurren de la forma en que
ocurren. Cuando las cosas salen mal nos invade un sentimiento de culpa y de
carga. (¿Por qué he sido elegido? Mientras que cuando todo sale bien nos
preguntamos: ¿qué es lo que tengo que hacer ahora para hacerme merecedor de lo
que me ocurre? Ambas reacciones son absolutamente normales, pero totalmente
inútiles. En definitiva, la única actitud racional es sentarse cómodamente en
la silla de la vida y aceptar la idea del azar como tal. En el fondo nos damos
cuenta perfectamente bien de que no funciona siguiendo una razón o un ritmo
compensador. Unas veces con ironía y otras en el sentido más literal,
utilizamos el consuelo de "¡Qué haya suerte la próxima vez!".
En un
mundo en el que no se puede evitar vivir sumergido en cierto grado de
incertidumbre, en el que por alguna extraña razón las consecuencias de nuestras
acciones o de nuestras omisiones están sustancialmente más allá de nuestro
alcance profético, el hecho de confiar en la suerte es, en cierta medida,
inevitable. Nuestras acciones pueden hacer propuestas al mundo, pero sus
consecuencias, para bien o para mal, están casi fuera del alcance de nuestro
conocimiento y control. Ya sea para bien o para mal, aquello que le ocurre
realmente a la gente es con demasiada frecuencia un asunto de suerte.
Al igual
que una herencia inesperada, la buena suerte nos llega por regla general
inopidadamente, "por arte de magia". A veces para asegurarnos
tomamos medidas preparatorias y preliminares para ponernos en el camino de la
suerte. Es imposible ganar dinero a la lotería si no hemos jugado previamente,
o no se puede hacer dinero en las carreras si no se apuesta. Algunas veces se
trata de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Pero con frecuencia
es poco o nada lo que hay que hacer. Para escapar por los pelos, por ejemplo,
simplemente hay que evitar, con un margen lo suficientemente estrecho, estar en
el lugar inadecuado en el momento inoportuno. Por supuesto, se puede decir lo
mismo con respecto a la mala suerte.
Con
frecuencia es únicamente la suerte la que determina el estatus y el significado
de nuestras acciones. Ese salto en el vacío, ¿fue un golpe genial, o el
principio del fin? ¿La confesión de Juan fue un gesto inútil o se trató de un
acto sincero de expiación? La decisión de Henry de regresar a los EEUU en un
intento por evitar el precipitado matrimonio de Mary, ¿fue un movimiento
inteligente o un paso hacia el desastre? Todo depende. Qué descripción se
adapta mejor a un acto dependerá del resultado, y el resultado con demasiada
frecuencia depende de cómo las cosas ocurren por casualidad, esto, por mera suerte.
Puede ser
simplemente por casualidad o por un antojo cualquiera por lo que terminamos
reservando nuestro billete en el Mauritania o en el Titanic para nuestro viaje
de regreso. Pero qué camino toma nuestra decisión puede ser "determinante
en el mundo." En esta vida no somos dueños de nuestro destino o más bien,
lo somos, pero en una porción muy limitada. La mano de la contingencia
imprevista está presente en todo lugar. La idea clásica según la cual "el
carácter es el destino" es muy problemática en todas sus versiones,
porque en mayor medida de lo que nos gustaría admitir, es la suerte más que la
naturaleza la que determina lo que llegamos a ser en este mundo. Bajo la
influencia de la filosofía estoica y epicúrea, algunos de los antiguos romanos
concibieron al hombre como dueño de su propio destino. Pero un punto de vista
totalmente diferente gozaba también de mucho predicamento. Según éste estamos a
merced de fuerzas que escapan a nuestro control: el destino tiene sus propias
mañas para con nosotros, lo queramos o no. "Los dioses nos golpean como
si fuéramos pelotas" afirma Plauto. Y Shakespeare dice que somos
bufones en la corte del reino del azar, regido por un monarca déspota que nos
obliga a bailar al son de su látigo. Algunos de los riesgos que corremos son
fruto de nuestra actividad, pero gran parte de lo que nos acontece nos llega
sin ser bienvenido ni haber sido invitado; aspectos simplemente inevitables de
la vida en un mundo incierto y a menudo poco amistoso.
No existe
un equilibrio de la suerte en el curso natural de las cosas. El terrorista, que
va a colocar una bomba en un establecimiento que está abarrotado de gente y le
explota a él en el coche, tiene mala suerte. Pero gracias a su "mala
suerte" hay mucha gente que la tiene buena.
Con
frecuencia al elegir a una adinerada que compite con otra pretendiente, por
ejemplo, o al escapar ileso de una explosión gracias al escudo humano de
cualquier otra persona, la buena suerte de uno es a costa de la mala suerte de
otro. X, sin darse cuenta, deja caer un billete de $100, Y se lo encuentra,
suerte para él, pero mala para el que lo perdió. Pero, por supuesto, no siempre
ocurre así; la buena suerte puede también no ocasionar víctimas. La persona que
encuentra petróleo en su jardín es realmente afortunada sin serlo a expensas de
nadie. La vida no es un juego de suma cero en el que la fortuna de uno es
siempre a costa de otros. Si por mera casualidad el mundo se libra de una
epidemia apocalíptica o de una guerra nuclear, todos somos afortunados sin que
haya desafortunados que tengan que pagar un precio por ello.
La suerte
en sí tiene que ver con que las cosas salgan bien o mal para alguien de forma
fortuita e imprevista. El diccionario inglés de Oxford define el término de la
siguiente manera: "el acontecer fortuito de un suceso favorable o
adverso para los intereses de una persona". La suerte está de nuestra
parte siempre que las cosas nos salgan bien inesperadamente (que nuestros
deseos se hagan realidad o que favorezcan nuestros intereses) o todo lo
contrario, esto es, en circunstancias donde no tenemos razones suficientes para
esperar algo con confianza porque no podemos prever con certeza ni controlar el
resultado. Los frutos de la suerte (sean buenos o malos) son en consecuencia
inciertos. Si algo que nosotros no podemos anticipar con seguridad, y mucho
menos controlar de forma unilateral, nos es favorable, en ese caso tenemos
suerte, si resulta en perjuicio nuestro, en este caso no la tenemos. Con suerte
nos encontramos en una situación en la que el resultado de todos nuestros
intentos y propósitos depende de la casualidad. Por ejemplo, el ladrón de
bancos, que es reconocido por un guardia de seguridad que casualmente es nuevo
en el puesto, y que conocía ya a este ladrón porque lo había visto actuar
previamente en otra sucursal, no tiene suerte.
Mientras
que la buena suerte tiene normalmente que ver con que los acontecimientos nos
sean favorables (o adversos si fracasan) de forma inopidada, "por
casualidad", no tiene por qué necesariamente ser "probable". A
veces la gente tiene suerte incluso cuando cuentan con ventaja. Jones jugó a la
ruleta rusa y está vivo para contárnoslo. Tuvo suerte a pesar de que únicamente
una de las seis recámaras de su revólver estaban cargados de forma que las
probabilidades favorecían su supervivencia. Fue sólo "por casualidad"
que el juego le saliera bien. Alguien que sale ileso de un accidente serio
tiene suerte, incluso si en el accidente estaban involucradas más personas, y
la mayoría de ellas consiguieron sobrevivir (por ejemplo, en este caso
sobrevivir era probable). Decimos que ha tenido suerte puesto que fue solamente
por casualidad que nuestro superviviente estuvo entre los afortunados y no
entre los desafortunados. Es más, cuando el número de probabilidades es muy
elevado y el lugar que le queda a la casualidad es mínimo, sería más preciso
hablar de fortuna más que de suerte. (El que gana a la lotería tiene suerte, el
que pierde no es que no la tenga, sino que ha sido desafortunado)
La suerte
interrumpe el devenir normal de los acontecimientos. En consecuencia, no
tenemos ciertamente derecho a esperar que "la suerte nos sonría". Es
precisamente porque vivimos en un mundo en el que las cosas no salen
normalmente así por lo que tendemos a pensar que cuando los acontecimientos nos
son favorables es algo extraordinario, y por ello decimos que "hemos
tenido un golpe de suerte". Tener "una racha de buena suerte es más
inusual y por lo tanto, merece la pena que se celebre.
Tenemos
suerte sobre todo siempre que los acontecimientos nos sean favorables
inesperadamente y sin haber planeado nada al respecto, y lo somos muy
especialmente cuando nos ocurre en contra de todo pronóstico. Si pierdes una
aguja en un pajar y la encuentras en el primer montón de heno en el que buscas,
has tenido suerte. Para hablar de suerte un acontecimiento tiene que ocurrir en
contra de todo pronóstico digno de confianza. El que gana a la lotería tiene
suerte, pero el que pierde, sabiendo la baja probabilidad de ganar, no tiene
ningún derecho a decir que ha tenido mala suerte, a pesar de que en cierto
sentido haya sido desafortunado. "Tendría que haberlo visto venir"
puesto que se trataba de algo altamente probable; era de esperar y no le
debería haber sorprendido en absoluto. Según las estadísticas, habría que volar
diariamente durante 4.000 años en un vuelo regular para esperar que ocurriese
un accidente (e incluso en este caso uno tendría posibilidades de sobrevivir).
Así que no podemos hablar de suerte si llegamos a nuestro destino sanos y
salvos, aunque eso sí, por supuesto que tendríamos mala suerte si sufriéramos
un contratiempo.
Según
esto, la suerte implica la imposibilidad de la predicción. Pero un análisis que
determine cuándo un acontecimiento se puede calificar de afortunado debe elegir
entre una de las siguientes alternativas: (1) que sea racionalmente
impredecible, (2) que sea de hecho inesperado para los sujetos afectados, y (3)
en circunstancias normales, que sea racionalmente impredecible para los
beneficiarios, aunque en principio puede ser predecible por otros en su nombre.
No vamos a optar aquí por la primera opción, porque inoportunamente excluye de
tener suerte al sujeto desconocido al que su tío rico le da una buena sorpresa
en un veintiún cumpleaños. Queda también descartada la opción segunda porque
excluye al loco esperanzado que gana a la lotería porque tenía una confianza
ciega (aunque absurda) en ello. La compleja combinación que funciona en el
tercer caso muestra el camino correcto a seguir en esas circunstancias.
Lo
inesperado que implica la suerte está íntimamente ligado a la ignorancia. Si
uno se encuentra en una bifurcación en la carretera con tres opciones y no
tiene ni idea de cuál de estos caminos le conducirá a su destino, es improbable
(en el más objetivo de los casos) que elija la alternativa correcta. El riesgo
de elegir bajo incertidumbre, que está estrechamente relacionada, con la
ignorancia no tiene porque ser objetivo (no es casual que las carreteras
conduzcan a donde lo hacen). El hecho de seleccionar la correcta es, en estas
circunstancias, algo que ocurre simplemente por casualidad. Y es teniendo en
cuenta esto cuando se puede decir que uno tiene suerte al elegir la opción
correcta. Precisamente porque lo impredecible está en juego, no es aconsejable
que la gente "confíe en la suerte".
Una
decisión unida a la habilidad, el talento, la intuición y el esfuerzo apartan a
la suerte de la escena. Las cosas que salen mal dada la falta de diligencia,
esfuerzo y habilidad, o las que salen bien gracias al ejercicio de éstas no
pueden achacarse propiamente a la mala suerte. Aquella persona que le sale todo
mal por ser un incompetente es desafortunada, pero no se puede decir que no
tenga suerte ya que el resultado de sus acciones es absolutamente "el
esperado". Pero si consideramos el caso del presidente al que le ocurre
una catástrofe de la que no es responsable, como Herbert Hoover y la depresión,
tendremos que admitir que este hombre no tuvo suerte. No obstante, hay que
tener en cuenta que se dan también casos más complejos. El conductor temerario
que tiene un accidente en circunstancias en las que normalmente no ocurre nada,
además de no tener suerte es desafortunado. Incluso en el caso de asuntos
arriesgados, en los que las cosas salen bien de forma puramente accidental,
dado lo inadecuado de la información que se maneja, todavía se puede decir que
has tenido suerte.
El hecho
de atribuirse la suerte puede resultar inapropiado al demostrar que no hay nada
de importancia en juego, (que el resultado de los acontecimientos no es ni
bueno ni malo, sino absolutamente indiferente), o bien al demostrar que lo que
aparentemente era impredecible no era real en el sentido de que el beneficiario
en cuestión tenía buenas razones para esperar un resultado determinado (por
ejemplo, por ser el resultado lógico tras haber realizado determinados
esfuerzos).
La buena
suerte exige que el resultado favorable no sea fruto del curso normal de las
cosas, ni fruto de un plan o una previsión, sino "por equivocación",
por causas totalmente ajenas a nosotros o como dice el Lexicon Philosophicum de
Goclenius de 1613 "que no sean resultado de la laboriosidad, la
intuición, o la sagacidad de un hombre, sino de causas totalmente ocultas"
De tal forma que el concurso de la suerte hace depender el resultado de lo que
ocurre de forma casual y no de lo que ha sido previamente planeado. Siempre que
hablemos de suerte, entra en juego el riesgo, lo imprevisible, dejando un hueco
a la sorpresa. Siendo razonables no podemos esperar recoger peras de un olmo.
Siempre que los acontecimientos nos sean favorables y sean fruto del esfuerzo,
y que nos sean adversos por causa de errores, culpas o fallos, es decir, cuando
la casualidad no intervenga, no podemos hablar de suerte. La persona que
permite que un individuo en el que confía termine con los ahorros de toda una
vida es desgraciada, pero hablando con propiedad, no podemos decir que no tenga
suerte. Sí que podríamos hablar de suerte, sin embargo, si perdiera todos estos
ahorros en una aventura financiera prometedora. (En el caso de que el individuo
en cuestión hubiera elegido a su víctima entre un grupo al azar, sí se podría
decir que además de desgraciada, tuvo también mala suerte).
La suerte
versus el destino y la fortuna
La suerte
consiste en que ocurra algo favorable o adverso que cae fuera del alcance de
una previsión efectiva. Existe pues una diferencia significativa entre la
suerte y la fortuna. Un individuo es afortunado siempre que le ocurra algo
bueno siguiendo el curso normal de las cosas. Sin embargo, tiene suerte cuando
el beneficio le llega a pesar de ser dudoso y especialmente si ocurre a pesar
de ser poco probable y contra toda expectativa razonable. Una persona que
hereda una gran cantidad de dinero que le va a permitir poder viajar en primera
es afortunada, pero, en sentido estricto, no se puede decir que esta persona tenga
suerte. Por el contrario, el pasajero de un avión al que la tripulación le
cambia de su asiento de turista a primera clase, sí se puede afirmar que ha
tenido suerte. Por regla general, el destino y la fortuna tienen que ver con
las condiciones y circunstancias específicas de nuestras vidas, mientras que la
suerte está en el ámbito de lo bueno o malo que nos acontece por pura
casualidad. Nuestra capacidad y talentos innatos están del lado de la buena
fortuna; las oportunidades que la casualidad nos pone en nuestro camino para
desarrollarlos del lado de la suerte. Coger un resfriado es una desgracia, le
pasa a mucha gente normalmente, pero que le ocurra a alguien en una noche de
estreno es tener mala suerte.
Las cosas
positivas y negativas que nos acontecen en el devenir normal, incluido la
propia herencia, ya sea biológica, médica, social o económica, la capacidad y
el talento, las circunstancias que marcan el tiempo y el lugar en el que a uno
le toca vivir (pacífico o caótico), todo ello entraría en la categoría de
destino o fortuna. No podemos decir que la gente que no tiene suerte porque
sean tímidos o tengan mal carácter, son simplemente desafortunados. Sin embargo
todo lo positivo y lo negativo que nos vamos encontrando por el camino por pura
casualidad e imprevisto azar, por ejemplo: encontrar un tesoro, o salir ileso
de un accidente mortal son asuntos que hay que atribuir a la suerte. Podemos
decir, que John Doe es relativamente afortunado por poseer una navaja. Pero no
cabe duda de que tuvo suerte al llevarla encima el día que se encontró con una
serpiente. (Normalmente no la llevaba, pero por cosas del azar la cogió ese
día). Tienes que heredar una inmensa fortuna gracias a un destino favorable,
pero se puede decir que eres un tipo con suerte si la heredas justo a tiempo
para salvarte de la bancarrota. La suerte y la casualidad constituyen dos caras
de una misma moneda. Pero el destino es algo distinto, algo que carece de azar.
Supongamos que se descubre que un enorme meteorito, que no ha sido detectado,
está a punto de colisionar contra la tierra. El destino de la humanidad está
marcado. Durante un determinado número de días, la tierra estará cubierta por
una nube impenetrable de polvo que hará imposible la continuación de la vida
para los mamíferos. ¡Qué catástrofe! En estas circunstancias podremos decir que
la extinción de la especie humana, estrictamente hablando, es una desgracia,
pero no podríamos decir que hemos tenido mala suerte. Es el elemento de la
sorpresa, de la casualidad y de lo impredecible, lo que nos permite distinguir
la suerte del destino, o de la fortuna en general.
Lo
peligroso de la suerte significa que en interacciones donde una parte corre con
todos los riesgos, sólo uno puede tener suerte. Los patrocinadores de la
lotería están destinados a ganar, pero sólo los jugadores pueden tener suerte.
Lo mismo se puede aplicar a los casinos donde las cosas están organizadas de
tal modo que la banca "siempre gana". De la misma manera, podemos ser
afortunados, en ciertas circunstancias, por ser pelirrojos (en caso de que esta
peculiaridad nos haga elegibles para la obtención de un determinado beneficio),
sin embargo, no podemos decir que uno tenga suerte por el hecho de serlo. No
obstante, los individuos pelirrojos sí tienen suerte si el patrocinador decide
que sean ellos los beneficiarios de su generosidad. La suerte en si misma es
imprevisible. Y esto se refleja a su vez en la inconsistencia y lo variable de
la suerte. Un proverbio escocés de 1721 dice: "Detrás de la mala suerte
viene la buena." (Lo contrario es también cierto). Hay otra vieja
máxima que dice: "La única cosa segura de la suerte es que
cambia."
Únicamente
si creemos que nos toca una vida en suerte, como si se tratara de un reparto al
azar, podemos interpretar el destino global de una persona en términos de
suerte. En ese caso la suma total de todo lo bueno y lo malo que le acontezca a
un individuo queda reducido, de manera global y automática, a un asunto de
asignación azarosa. Evidentemente parece poco realista. Así pues, se considera
que una persona es afortunada por estar especialmente dotada en el campo de las
matemáticas, pero no podemos decir que esta persona tenga suerte con respecto a
las matemáticas porque la casualidad no está implicada. Su don y su capacidad son
partes integrantes de dicha persona; no es algo que el azar le proporcione y
que se añada a su identidad actual. Una persona tiene suerte si encuentra en su
vida a una persona que le estimule o le ayude a desarrollar sus propias
capacidades. Pero el hecho de tener dicha capacidad tiene que ver con la
fortuna y no con la suerte. No tiene sentido establecer comparaciones entre el
destino personal y los juegos de azar, porque en el caso de los juegos existe
siempre antes un jugador que entra en una competición, mientras que en el caso
de la gente nunca existe un antecedente, un individuo privado de identidad que
obtiene todo por tener una cualidad especial.
La
distinción que nos ocupa no es pura y totalmente un tener que dar cuenta de los
distintos usos de los términos 'suerte' y 'fortuna'. Es necesario, hacer
algunas aclaraciones de carácter lingüístico. Cuando le preguntamos a una chica
que nos dice que se acaba de comprometer: "¿quién tiene esa suerte?",
habría que utilizar la palabra fortuna y preguntar: ¿Quién es el afortunado?,
siempre que queramos evitar cualquier otro tipo de sugerencia que nos haría
pensar que ha sacado el nombre del susodicho de un sombrero. Habría que hablar
pues de fortuna y no de suerte. La distinción entre ambas, teniendo en cuenta
que la segunda conlleva un elemento azaroso del que carece la primera, a veces
no está presente en el uso común donde se detecta alguna infracción ocasional.
¿En qué
consiste la suerte?
"Si
no se juega nada, no se gana nada." "Probar suerte" de vez en
cuando es algo muy razonable, pero "confiar en la suerte" como una
política sistemática a seguir es sencillamente una estupidez. ¿En qué consiste
la suerte? Para determinar que una persona tiene suerte conviene hacer dos
aclaraciones fundamentales:
En
primer lugar, y por lo que respecta a la persona en cuestión, el resultado que
se produce es totalmente "accidental". Tiene que haber algo azaroso
siempre que hablemos de suerte. (No podríamos decir que un individuo tiene
suerte porque le ha llegado el correo a su casa, a no ser que haya ocurrido una
catástrofe en la que se haya perdido todo el correo con mensajes importantes
excepto el de algunos individuos entre los que se encuentra el nuestro).
En
segundo lugar, el resultado en cuestión es de gran importancia en tanto que se
trata de un resultado positivo o negativo, una pérdida o un beneficio. (Si X
gana a la lotería, ha tenido suerte; si Z es golpeado por un meteorito, tiene
mala suerte; pero si consideramos un acontecimiento fortuito como que una
persona esté momentáneamente en la sombra por causa de una nube, en este caso
no se puede hablar de suerte).
Así pues,
la suerte implica tres cosas: (1) un beneficiario y un afectado (2) un
acontecimiento que resulte ser favorable (positivo) o adverso (negativo) desde
el punto de vista de los intereses del individuo afectado, y que además, (3)
sea fortuito (inesperado, azaroso e imprevisto).
La suerte
(buena o mala) cuenta siempre con un elemento normativo de bueno o malo;
alguien tiene que verse afectado ya sea de forma positiva o negativa por un
acontecimiento antes de que su ejecución pueda ser propiamente calificada
positiva o negativamente. Es única y exclusivamente porque tenemos intereses, por
lo que las cosas nos pueden afectar para bien o para mal; de ahí que la suerte
entre en acción. No podemos decir que una persona tenga suerte porque se
encuentre palomas en una plaza, o porque vea una nube sobre su cabeza, en tanto
que estos fenómenos no afectan al bienestar de una persona. (Sería muy distinto
si se hubiera apostado al respecto.)
En caso
de que nadie pueda decir si los acontecimientos se desarrollan para bien o para
mal para los individuos involucrados, en caso de que todo sea ambiguo y oscuro
y no haya forma de discernir si lo que acontece es para mejor o para peor, la
suerte sale de la escena. Considérese la historia clásica del Quijote de
Cervantes. Con un individuo normal, esos episodios estrafalarios, a saber el
famoso encuentro con los molinos de viento, por ejemplo, serían una desgracia.
Pero para el caballero andante de la Mancha con su extraña locura y su modo
excéntrico de considerar las cosas, todo fue para bien en tanto que
demostración de la seriedad de su dedicación a la misión caballeresca. La
incertidumbre que se impone en este caso por lo que respecta a la ventura o
desventura sirve para mantener el tema de la suerte en suspense: la posibilidad
de beneficio o pérdida es crucial para la suerte. Un elemento inerte, a saber,
una roca o un martillo no pueden tener suerte. Pueden ocurrir cosas que los
conserven o que los deterioren, pero la ausencia de cualquier elemento de
afectividad significa ausencia de intereses y por lo tanto descarta la entrada
en acción de la suerte.
Se podría
equiparar "el fracaso de un acontecer negativo" con "un
acontecer positivo", y en consecuencia, "el fracaso de un
acontecimiento positivo" con "un acontecimiento negativo"; los
modos directos e indirectos de la suerte llegan a identificarse. (Dicha
identificación resulta plausible ya que, considerando la ecuación mencionada
más arriba, fracaso de lo negativo = acontecimiento positivo, parece totalmente
apropiada. Evitar perder puede que no sea ganar, pero es, sin lugar a duda,
algo positivo. En cualquier caso, la buena suerte no está en una ganancia de
hecho del tipo que sea, sino en correr un riesgo y salir victorioso de él.
¿Tuvo
Colón suerte cuando descubrió América? El hecho de que llegó al continente de
forma fortuita es hoy indiscutible. Pero evaluar este hecho es bastante
complejo. Aparentemente la dificultad estriba en el horizonte temporal en el
que nos situemos. En aquel momento le sirvió para hacerse famoso y ser nombrado
"Almirante del Mar Océano". A medio plazo, le ocasionó una indecible
miseria e innumerables problemas para el resto de su vida. A largo plazo, le
sirvió para inmortalizarlo. Hablando en términos generales, no obstante, para
juzgar si se tiene o no suerte nos servimos de los acontecimientos inmediatos
más que del devenir posterior. Es tener mala suerte si a uno se le inunda el
sótano de su casa, incluso si en el transcurso de las reparaciones posteriores
se encuentra un tesoro. La buena suerte puede contrarrestar la mala suerte del
principio, pero esto no nos permite quitarle la categoría de mala suerte como
tal.
Gran
parte de la vida humana es un asunto de rutina, un suceder previsible en su
curso natural. Y es así como tiene que ser. Sin dicha rutina, sin hábitos, ni
normalidad y regularidad, la vida humana, tal y como la conocemos, sería
inviable. Si comer manzanas un día nos alimentara, y al día siguiente nos
matara, si nuestro vecino fuera tan pronto un hombre agradable como un homicida
maníaco, la vida humana y la sociedad no lo resistiría; en realidad no podría
haberse desarrollado. Pero la regularidad y la normalidad del orden establecido
no lo es todo en el reino humano. El azar y la casualidad irrumpe con
frecuencia y trastocan dicha regularidad, provocando "sin saber cómo ni
por qué" acontecimientos que afectan de forma considerable nuestro bienestar
y nuestro infortunio. Y es justo aquí donde la suerte entra en escena. Tanto la
suerte como la fortuna son notoriamente vanas. Según dice Horacio: "La
fortuna, feliz en su cruel acción, y obstinada al jugar su juego perverso,
siempre cambiando sus inconstantes honores, favoreciéndome ahora a mí o algún
otro."
La suerte
es la antítesis de una expectativa razonable. Se manifiesta ella misma de forma
más llamativa en situaciones contraindicadas, acontecimientos que son
sorprendentes porque se oponen a todo tipo de pervisión plausible. Algunos de
los ejemplos fundamentales de sucesos que deberían sorprendernos son aquellos
que están fuera de nuestro control y aquellos cuya eventualidad es
inherentemente azarosa. La suerte crece entre la probabilidad y la realidad, entre
lo que se puede esperar razonablemente (lo "que por lógica debería
ocurrir) y lo que realmente ocurre. Cuando ambos coinciden, la suerte
desaparece (Como hemos visto ya, el individuo que obtiene una ganancia
previsible es afortunado, pero no tiene suerte.) Pero cuando lo bueno o lo malo
entra en acción en circunstancias en las que la realidad está en desacuerdo con
una expectativa razonable, entonces, la suerte, ya sea buena o aciaga, entra en
escena.
Sin
embargo, un acontecimiento feliz o infeliz puede ser un asunto de suerte desde
el punto de vista del receptor, incluso si es fruto de una estrategia
deliberada por otros. (Un secreto benefactor que nos envía un cheque con una
importante cantidad representa un golpe de buena suerte, a pesar de que sea
algo que él haya planeado desde hace años.) De tal forma que incluso si alguien
distinto de la persona afectada es capaz de predecir un acontecimiento
inesperado, el acontecer en cuestión entra en el terreno de la suerte para
aquellos que están implicados.
El factor
de lo impredecible es crucial para la suerte al proporcionar un contraste
esencial con "lo que se espera" con buenas y suficientes razones.
Existen dos fuentes principales que dan cuenta de la falta de predicción: la
casualidad y la ignorancia. La primera radica en la naturaleza del caso en el
que algo ocurre estocásticamente, pero no se puede predecir con toda confianza
porque la ventaja es muy pequeña. (Por supuesto, cuando un acontecimiento
fortuito ocurre en un 99,9% de los casos, se puede predecir con un gran margen
de confianza, aunque ésta no puede ser absoluta.) El segundo gran responsable
de lo impredecible es la ignorancia, en tanto que la ignorancia restringe el
ámbito de lo que se puede predecir con absoluta seguridad. Cuando se presenta
una bifurcación en la carretera y uno es incapaz de decir cuál es el camino que
le conducirá a su destino, en este caso, aunque no se puede hablar de
casualidad en lo que respecta a dónde conducen las carreteras, será únicamente
la casualidad la que nos haga elegir la ruta correcta. Necesitamos una sola
palabra para abarcar ambas parejas, casualidad-impredecibilidad e
ignorancia-impredecibilidad, y el término fortuitamente nos servirá para dicho
propósito. Cuando eliges el color correcto en la ruleta (donde el éxito depende
del azar), o la bifurcación adecuada en la carretera (donde el éxito depende de
un esfuerzo de hacer conjeturas), en ambos caso se podría afirmar que el
acertar fue fortuito. De la misma forma, el éxito fortuito fue cuestión de suerte.
Hay, en
general, tres caminos para alcanzar las cosas buenas de la vida tal como son la
salud, la riqueza y el éxito, y otros similares: en teoría se pueden lograr
mediante el esfuerzo y el trabajo duro (al viejo estilo), o gracias a la
fortuna (por nacimiento y herencia), o simplemente teniendo suerte ganando en
la "lotería de la vida". Por regla general, para la mayoría de
nosotros y durante la mayor parte del tiempo, las cosas buenas son fruto del
esfuerzo, la planificación, el trabajo y la tenacidad. La suerte representa una
forma de obtenerlas más fácilmente, como si se tratara de un "regalo de
los dioses". (Y, por supuesto, funciona en los dos sentidos: lo que la
buena suerte da, la mala suerte se lo lleva). La suerte viene a ser un atajo
que nos permite alcanzar las cosas buenas de la vida. Con buena suerte
obtenemos algo por nada, un nacimiento inesperado e inmerecido. Normalmente las
cosas buenas que nos pasan son fruto de nuestra habilidad, nuestro esfuerzo,
mientras que todo lo malo que nos ocurre lo achacamos, en consecuencia, a
nuestros defectos. Pero la suerte nos proporciona una ruta alternativa. Para
aquellos que tienen los favores de la suerte, "un golpe de buena suerte
es tan bueno como un saco de sabiduría" (tal y como dice el refrán).
Cuando uno reconoce que tiene buena suerte, la reacción natural no sólo es de
sorpresa, sino también de placer. Tener un favor que llevarse al cuerpo como un
juego de circunstancias que se nos han anticipado y que no se han pedido es
algo que uno tiene la obligación de encontrar agradable.
Entre los
Presidentes de EEUU, Ulysses S. Grant fue afortunado porque las circunstancias
le situaron para alcanzar el sillón presidencial, pero Harry S. Truman tuvo
suerte al poder llegar a él a través de una serie de accidentes. Puesto que la
suerte implica que las cosas acontezcan para bien o para mal de forma
imprevisible, se deduce que hay que considerar que la gente tiene suerte
siempre que alcance el éxito más allá del nivel razonable de expectación que
sus cualidades heredadas y sus condiciones adquiridas indicarían. Y por el
contrario, aquellos que fracasan más allá del nivel razonable de expectación
que indican sus defectos, sus deficiencias y sus déficits personales habría que
pensar que simplemente tienen mala suerte. Por lo tanto, siempre que las cosas
discurran por cauces normales, naturales y tal y como se espera que discurran,
la suerte no está en escena. La suerte implica un alejamiento de lo esperable,
y su lugar en el escenario de los asuntos humanos se asegura por el hecho de
que las condiciones de la vida son irregulares, ya sean éstas de carácter
social, político o meteorológico; las cosas no discurren siempre por cauces
normales y regulares. Incluso Homero se duerme a veces, y personas como Muhammad
Ali o Pete Sampras pueden tener un mal día a pesar de ser casi invencibles.
No
importa lo que la buena suerte nos depare, es siempre un regalo; siempre que la
suerte esté implicada, no exige que pongamos a prueba nuestro talento ni que
realicemos ningún esfuerzo, y ningún mérito está en juego. Por el contrario,
sea lo que sea lo que la mala suerte nos quite, deja nuestros méritos intactos;
nuestra valía no sufre disminución alguna cuando la suerte está en juego, no
exige una disminución de nuestros talentos ni un fracaso de nuestro esfuerzo.
La suerte afecta a nuestra condición personal, pero no refleja nuestra valía
personal. Lincoln, Garfield y Mckinley fueron asesinados a balazos. Theodore
Roosevelt, Harry Truman y Ronald Reagan sobrevivieron a los intentos de
asesinatos. (En el caso de Truman salió totalmente ileso y se puede decir que
tuvo suerte). En este contexto, ningún mérito particular se añade a un lado de
la dicotomía, ni ningún defecto especial al otro. Cuando decimos que es así
como la suerte funcionó, lo hemos dicho todo.
La
casualidad se manifiesta de forma más notable cuando las circunstancias
improbables ocurren en realidad. Tenemos especialmente suerte cuando las cosas
nos son favorables a pesar de nuestra inacción, o incluso más, a pesar de los
malos consejos y las acciones equivocadas. Y por ende, tenemos especialmente
mala suerte cuando las cosas nos salen mal a pesar de haber hecho todo lo
preciso para que salieran bien. El enfermo que se recupera de repente a pesar
de haber tomado las medicinas que no debía, tiene suerte; el que empeora a
pesar de estar tomando la medicación precisa y siguiendo el tratamiento
adecuado, tiene mala suerte. En tales casos, la lógica del sentido común de la
situación concreta señala en una dirección, mientras que los dictados del destino
señalan en dirección contraria. El funcionamiento de la suerte se manifiesta
claramente en los aconteceres favorables y adversos que no tienen porque darse
en absoluto "por lógica".
Entre
1.000 acciones bursátiles algunas están destinadas a subir mientras que otras
no, independientemente de que el momento sea propicio o no. La gente tiene
participaciones en estas acciones. Por lo tanto, siempre habrá perdedores y
ganadores. Y, dado lo azaroso del asunto, la diferencia entre ellos dependerá
generalmente única y exclusivamente de la suerte.
- El Autor se está refiriendo al famoso poema de Robert Burns (1759-1796) titulado To a Mouse y en concreto a la siguiente estrofa, de la que cita literalmente el verso "Gang aft agley":
But Mousie, thou are no thy-lane,
In proving foresight may be
vain
The best laid schemes o'
Mice an' Men
Gang aft agley,
An' lea'e us nought but
grief an' pain,
For promis'd joy!
(nota de
la Traductora)
Traducción:
Paloma García Abad
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